La fragilidad de un corazón bajo la lluvia

La vida es tan sencilla como decidamos que sea; y está llena de instantes, de momentos que lo cambian todo.

Lo que hace que algunos momentos sean especiales es la intensidad con la que los vivimos.

Había pasado toda mi vida rodeada de personas con las que me veía obligada a medir mis actos y a filtrar mis palabras, siendo menos yo por miedo a no gustarles. Por miedo a que dejaran de quererme. Sufriendo y haciendo como que no. Y esa actitud me había hecho sentirme sola desde que podía recordar.

La felicidad no está en el exterior ni en las personas que nos rodean, está dentro de nosotros. La felicidad es un lienzo en blanco y solo nosotros decidimos cómo pintarlo.

A veces, a los planetas les da por alinearse y romper tus esquemas. Y acabas descubriendo que nunca has tenido el control, que el universo es el titiritero que mueve tus hilos a su antojo.

Las personas van y vienen, entran y salen, se marchan y te abandonan. Te traicionan. Ocurre todo el tiempo. Pero no desaparecen, no realmente, solo van a otra parte. Donde quizá ya no te recuerden, pero siguen ahí y siempre cabe la posibilidad de que algún día nuestros pasos se crucen de nuevo.

A veces necesitamos una simple chispa para que explote todo.

Alguien me dijo una vez que en algún momento de tu vida tu pasado vuelve a ti, y siempre ocurre cuando menos lo esperas.

Que trágico es ese momento exacto en el que te das cuenta de que eres responsable de la infelicidad de otra persona. De que nunca tuvo la menor oportunidad, porque no se la diste.

Tuve que perderlo todo para darme cuenta de que nunca había tenido nada. Que para poder avanzar, debía retroceder. Para encontrarme, debía perderme de nuevo.