La fragilidad de un corazón bajo la lluvia

Es que la vida es así. Impredecible. Cambiante. Somos pequeños planetas sujetos a la fuerza de la atracción. Una fuerza condicionada por tantos factores que, si uno solo se altera, nuestra órbita puede cambiar y llevarnos muy lejos sin que podamos hacer nada para evitarlo.


(Pág. 307)

A veces, a los planetas les da por alienarse y romper tus esquemas. Y acabas descubriendo que nunca has tenido el control, que el universo es el titiritero que mueve tus hilos a su antojo.


(Pág. 130)

La muerte no tiene opciones ni posibilidades. Llega, se marcha y solo te deja instantes, recuerdos, sentimientos; y depende de nosotros qué contendrá esa maleta invisible con la que cargaremos después. De nosotros depende su peso. Porque entre la añoranza y el arrepentimiento hay todo un mundo.


(Pág. 87)

Dicen que el paso del tiempo calma el espíritu y suaviza los bordes más afilados.


(Pág. 80)

Me visitaba como lo hace un fantasma. No lo ves, aunque sabes que está ahí. Te eriza la piel y sientes el impulso de darte la vuelta convencido de que lo encontrarás a tu espalda.


(Pág. 77)

Alguien me dijo una vez que en algún momento de tu tu vida tu pasado vuelve a ti, y siempre ocurre cuando menos lo esperas.


(Pág. 33)

Por que cada minuto que pasabamos juntos ella hacia que tuviera ganas de respirar de nuevo de sentir cosas que ya no me permitía. Y necesitaba sentir

Tengo miles de fantasmas que me persiguen.

El miedo tiene sus propias reglas. Fluye dentro de nosotros con la
desesperanza y el desasosiego como única corriente. Siempre aparece en
silencio, furtivo, y no existen remedios para combatirlo, salvo cerrar los
ojos y rogar para que desaparezca. El miedo prefiere la noche, cuando duermes y tu mente es más vulnerable. Se esconde en los sueños y los transforma en pesadillas, tan pavorosas, tan reales, que prefieres permanecer despierto a enfrentarte a él.

La única persona que me hizo sentir que el mundo guardaba un lugar para mí.