Forastera

“Lamente, y no por primera vez, que no existieran brujas de verdad. De haber sido una, lo habría convertido en un sapo al instante.”

“Hay un punto crítico en la lucha física en que el luchador se entrega a tal derroche de fuerza y recursos físicos, que ignora el costo hasta que la lucha ha terminado. Las mujeres lo hacen al dar a luz; los hombres, en combate”

Una mano rozó la pared y oí el débil rasguño de un anillo de bodas contra la piedra. Un anillo para cada mano, uno de plata, otro de oro. El fino metal de repente se volvió pesado como las cadenas del matrimonio, como si los anillos fueran esposas diminutas que me amarraban de brazos abiertos, a la cama, desplegada para siempre entre dos polos, cautiva como Prometeo en su monte solitario, dividida por el amor que, como un buitre, devoraba mi corazón.

No debes tener miedo de mi, ni de nadie aquí, mientras yo esté contigo.

Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mi

—No fuiste la primera mujer que besé —susurró—. Pero te juro que serás la última. —Y agachó la cabeza hacia mi rostro expectante.

Eres mía, mo duinne...

Eres mía, mo duinne...

Entonces deja que los besos amorosos habiten nuestros labios, pronuncien mil y cien razones, cien y mil más.

-Hubo otro motivo. El principal.
-¿Motivo? –repetí con desconcierto.
-Por el cual me case contigo.
-¿Cuál?- No sé qué esperaba, tal vez otra revelación sobre sus intricados problemas familiares. En cierta manera, lo que finalmente dijo me sorprendió bastante.
-Porque te deseaba.