Forastera de Diana Gabaldon
Una mano rozó la pared y oí el débil rasguño de un anillo de bodas contra la piedra. Un anillo para cada mano, uno de plata, otro de oro. El fino metal de repente se volvió pesado como las cadenas del matrimonio, como si los anillos fueran esposas diminutas que me amarraban de brazos abiertos, a la cama, desplegada para siempre entre dos polos, cautiva como Prometeo en su monte solitario, dividida por el amor que, como un buitre, devoraba mi corazón.
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