No hay para la mujer más grave ofensa que oír que alguien la llame vieja y fea. |
No hay para la mujer más grave ofensa que oír que alguien la llame vieja y fea. |
Y aunque yo hubiese sido en el pasado cruel e impía como lo son todas, te diré que hasta hoy no ha habido nadie que me inspirase compasión alguna. Sería más feroz que una tigresa con corazón más duro que el diamante, si no hubiesen borrado mi dureza tu beldad, tu valor, tu gentileza. |
¡Oh conde Orlando, oh rey de la Circasia! Decid: ¿De qué sirvió vuestro valor? ¿Vuestro alto honor, cuánto creéis que vale? ¿Qué galardón logró vuestro servicio? Indicadme una sola cortesía, vieja o reciente, que ella os dispensase como merced y premio e incentivo por cuanto habéis por ella padecido. |
Rodeaban aquel indigno carro viejas groseras, mozas deshonestas, que se alternaban como carreteras y con brutalidad lo motejaban. Los niños le causaban más tormento, pues además de insultos le lanzaban piedras que allí lo habrían desnucado de no haberlo impedido los más sabios. |
¡Oh, España!, ¿no está África más cerca? ¿No te ha ofendido mucho más que Otalia? Y en cambio abordas una empresa innoble y abandonas la más antigua y bella. Oh Italia?, adormecida y embriagada, sentina de los vicios, ¿no te duele verte hoy convertida en una esclava de naciones que fueron tus criadas? |
El escudo no para, aunque es de acero por fuera y es por dentro dura palma, el gran golpe, que saca por el vientre el alma desigual de aquel gran cuerpo. El caballo, pensando que debía cargar un día entero con tal peso, dio en su interior las gracias a Rinaldo, que evitó su sofoco y su cansancio. |
Con grandes risotadas se los lleva envueltos en la res hasta su albergue; no mira si es doncella o caballero, si son muchas o pocas virtudes: come sus carnes y sus sesos sorbe, bebe su sangre y tira el esqueleto, y con pieles humanas ornamenta por todas partes su mansióm horrenda. |
Allí hay reyes, barones, paladines, marqueses, duques, condes, caballeros, soldados de París y forasteros, todos dispuestos a morir por Cristo y por su honor; y que con ansia esperan a que el emperador baje los puentes. Él goza y agradece tanta audacia, mas no les quiere permitir que salgan. |
Desnuda empuña la fulmínea espada con que da muerte a muchos sarracenos: ¡ardua empresa será llevar la cuenta de los caídos en la muchedumbre! Ya están rojos los caminos Y no hay espacio para tantos muertos: no hay adarga ni casco que proteja de Durindana cuando bien se emplea, ni tejido acolchado o tela fina liada a la cabeza con mil vueltas. Van por el aire gritos y gemidos y vuelan brazos, piernas y cabezas. |
Angélica, invisible y solitaria, va siguiendo turbada su camino, pues siente haber dejado, con las prisas, junto a la fuente el yelmo abandonado. Pensaba: - Por meterme donde nadie me llamaba, ahora el conde está sin yelmo: bonito y primer pago que le brindo por los muchos favores que me hizo. |
Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises