Orlando furioso, tomo I de Ludovico Ariosto
Angélica, invisible y solitaria, va siguiendo turbada su camino, pues siente haber dejado, con las prisas, junto a la fuente el yelmo abandonado. Pensaba: - Por meterme donde nadie me llamaba, ahora el conde está sin yelmo: bonito y primer pago que le brindo por los muchos favores que me hizo. |