Rió Rinaldo y dijo: - Ahora mira, que yo sí sé encontrarte a ti las venas-. Suelta a un tiempo las riendas y espolea, y lo hiere con fuerza con la punta de la espada, que el pecho le atraviesa hasta que le aparece por la espalda. A un tiempo sacó espada y alma y sangre, y cayó frío el cuerpo en tierra exangüe. |