Orlando furioso, tomo I

Si un mismo ardor; si un semejante anhelo
al uno y otro sexo incita y mueve
hacia aquel dulce fin que el necio vulgo
considera un gran yerro, ¿por qué causa
tiene castigo la mujer que ha amado
a uno o a varios, cuando el hombre yace
con cuantas se le antoja a su apetito
y merece alabanza y no castigo?

Puesto que las mujeres son más crédulas,
merece mayor mal quien las engaña.

Lo que una boca dice, bueno o malo,
pronto hasta el infinito va aumentando.

Lo que allí dentro sucedió es secreto,
o no debe contarse por lo menos,
pues mantener los labios bien sellados
siempre ha sido virtud y no defecto.

En pobres casas, bajo humildes techos,
en las calamidades y las cuitas
suelen trabarse más las amistades
que en las codiciadísimas riquezas,
rodeadas de insidias y sospechas,
de las cortes reales y palacios,
donde ya está la caridad extinta
y no hay más amistad que la fingida.

Cuando Orlando volvió a su ser primero,
mucho más sabio y más viril que nunca,
fue juntamente del amor librado,
y aquella a la que había amado tanto
y tan bella y gentil le parecía,
por cosa vil la reputaba ahora.
Ahora es todo su afán y su esperanza
recobrar lo que amor le arrebatara.

Ochenta mil y ciento dos infantes
trocó Astolfo en un día en caballeros.
África entera recorrió con ellos,
saqueando y haciendo prisioneros.

No tengas, amor mío, ningún miedo,
que he de seguirte al cielo o al infierno.
Nuestras dos almas deben partir juntas
y hasta la eternidad transitar juntas.
En cuanto vea que cerráis los ojos,
me dará muerte mi dolor interno,
y si no lo hace, al punto te prometo
con esta espada atravesarme el pecho.

No soy yo, no lo soy? El que parezco:
Orlando ya está muerto y enterrado;
su ingratísina amada lo ha matado,
y faltando a su fe, lo ha sometido.
Yo soy su errante espíritu, que vaga
por este oscuro infierno, atormentado,
para dar con su sombra un escarmiento
a cuantos en Amor ponen su anhelo.

Quizá el cielo no dude en compensarme
por mis obras, aquí poco apreciadas.
Quizá, cuando mi alma ya no exista,
él, que ahora se cree el ofendido,
advertirá y lamentará su yerro
y llorará a su fiel amigo muerto.