Siempre he pensado que la soledad y el aburrimiento terminan por convertir al hombre en alcohólico.
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Siempre he pensado que la soledad y el aburrimiento terminan por convertir al hombre en alcohólico.
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Aquí la locura se repartió entre todos y no sobró nada para tener nuestro propio loco de remate
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Me cuesta mucho intimar con la gente. En aquella época todavía no había vivido con una mujer, así es que tampoco podía echar de menos lo que no conocía
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Tuve la idea de que estaba armando un rompecabezas en el que cada pieza tiene una ubicación precisa. Antes de colocarlas todas, me parecía incomprensible, pero estaba segura que si lograba terminarlo, daría un sentido a cada una y el resultado sería armonioso. Cada pieza tiene una razón de ser tal como es.
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La gracia no era morirse, puesto que eso llegaba de todos modos, sino sobrevivir, que era un milagro.
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Trató de recordar el frío, el silencio y esa preciosa sensación de ser los dueños de la tierra, de tener veinte años y la vida. por delante, de amarse tranquilos, ebrios de olor a bosque y de amor, sin pasado, sin sospechar el futuro, con la única increíble riqueza de ese instante presente, en que se miraban, se olían, se besaban, se exploraban, envueltos en el murmullo del viento entre los árboles y el rumor cercano de las olas reventando contra las rocas al pie del acantilado, estallando en un fragor de espuma olorosa, y ellos dos, abrazados dentro del mismo poncho como siameses en un mismo pellejo, riéndose y jurando que sería para siempre, convencidos de que eran los únicos en todo el universo en haber descubierto el amor.
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Alba lo reconoció al plinto y no pudo atajar un grito de júbilo que le subió de las entrañas. Se abrazaron en el jardín, a la vista de los transeúntes y de quien quisiera mirar, hasta que les volvió la cordura y comprendieron el peligro. Alba lo llevó al interior de la casa, a su dormitorio. Cayeron sobre la cama en un nudo de brazos y piernas, llamándose mutuamente por los nombres secretos que usaban en los tiempos del sótano, se amaron con desespero, hasta que sintieron que se les escapaba la vida y les reventaba el alma, y tuvieron que quedarse quietos, escuchando los estrepitosos latidos de sus corazones, para tranquilizarse un poco.
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Después el viejo se volvió hacia Pedro Tercero y lo miró a los ojos. Le tendió la mano, pero no supo estrechar la del otro, porque le faltaban algunos dedos. Entonces abrió los brazos y los dos hombres, en un apretado nudo, se despidieron, libres al fin de los odios y los rencores que por tantos años les habían ensuciado la existencia. - Cuidaré de su hija y trataré de hacerla feliz, señor -dijo Pedro Tercero García con la voz quebrada. - No lo dudo. Váyanse en paz, hijos - murmuró el anciano. |
Hacían el amor con desesperación, inventando nuevas fórmulas prohibidas que el miedo y la pasión transformaban en viajes alucinados a las estrellas. Blanca ya se había resignado a la castidad, a la madurez y a sus variados achaques, pero el sobresalto del amor le dio una nueva juventud. Se acentuó la luz de su piel, el ritmo de su andar y la cadencia de su voz. Sonreía para adentro y andaba como dormida. Nunca había sido más hermosa. Hasta su padre se dio cuenta y lo atribuyó a la paz de la abundancia.
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No se dejó provocar por su padre, que aprovechaba todas las ocasiones en que estaban juntos para advertirlo sobre las maniobras del comunismo internacional y el caos que azotaría a la patria en el caso improbable que triunfara la izquierda. La única vez que Jaime perdió la paciencia fue cuando una mañana encontró la ciudad tapizada de afiches truculentos donde aparecía una madre barrigona y desolada, que intentaba inútilmente arrebatar su hijo a un soldado comunista que se lo llevaba a Moscú. Era la campaña del terror organizada por el senador Trueba y sus correligionarios, con ayuda de expertos extranjeros importados especialmente para ese fin.
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Primera novela de la autora, fue publicada en el año: