Morirás lejos de José Emilio Pacheco
Porque después de todas las guerras los vencedores dictan, imponen y definen su justicia.
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Morirás lejos de José Emilio Pacheco
Porque después de todas las guerras los vencedores dictan, imponen y definen su justicia.
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Morirás lejos de José Emilio Pacheco
¿El Valhala? No. Se acabó. Terminó. 29 o 30 de abril. 1945. eme estuvo allí, eme vio al fuego consumir el Valhala. «El fuego y el hielo nos derrotaron», dijo el dios. Y eme vio al superhombre convertido, igual que todas sus víctimas, en ceniza. Ceniza y lo que es peor: una mancha de grasa. Los elementos restituidos a la transformación.
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Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco
No, no me había curado: el amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio.
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Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco
Como es de rigor, manifesté propósito de enmienda. Pero no estaba arrepentido ni me sentía culpable: querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoníaco es el odio.
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Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco
Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda. ¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana? ¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.
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El principio del placer de José Emilio Pacheco
qué cosa tiene el mar, está loco, nadie lo entiende, nos da una noche en el infierno y el amanecer como un plato, tranquilo, ni un rizo en la superficie, qué se hicieron las grandes olas nocturnas, y aunque el capitán echa las máquinas a todo vapor para seguir por este océano de aceite, vamos como si el Churruca fuera un barco de vela, qué extraño;
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El principio del placer de José Emilio Pacheco
Vi a los ayudantes del cocinero matando a los animales y quedé horrorizado. Lo más espantoso es lo que hacen con las tortugas o quizá el fin de las pobres langostas que patalean desesperadas en la olla de agua hirviendo. No quiero imaginarme lo que serán los rastros. Uno debería comer nada más pan, verduras, cereales y frutas. Pero ¿de verdad no sentirán nada las plantas cuando uno las arranca, las corta, las cuece, las muerde y las mastica?
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No me preguntes como pasa el tiempo: Irás y no volverás de José Emilio Pacheco
Los elementos de la noche Bajo el mínimo imperio que el ver no ha roído se derrumban los días, la fe, las previsiones. En el último valle la destrucción se sacia en ciudades vencidas que la ceniza afrenta. La lluvia extingue el bosque iluminado por el relámpago. La noche deja su veneno. Las palabras se rompen contra el aire. Nada se restituye, nada otorga el verdor a los campos calcinados. Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente ni los huesos del águila volverán por sus alas. |
Islas a la deriva de José Emilio Pacheco
El silencio La silenciosa noche. Aquí en el bosque no distingo rumores, no, de ninguna especie. Los gusanos trabajan. Los pájaros de presa hacen lo suyo (seguramente). Pero no escucho nada. Sólo el silencio que da miedo. Tan raro, tan raro, tan escaso se ha vuelto en este mundo que ya nadie se acuerda como suena, ya nadie quiere estar consigo mismo un instante. Mañana dejaremos de nuevo la verdadera vida para mañana. No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo: extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda. Silencio en este bosque, en esta casa a la mitad del bosque. ¿Se habrá acabado el mundo? |
No me preguntes como pasa el tiempo: Irás y no volverás de José Emilio Pacheco
Presencia ¿Qué va a quedar de mí cuando me muera sino esta llave ilesa de agonía, estas pocas palabras con que el día, dejó cenizas de su sombra fiera? ¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera esa daga final? Acaso mía será la noche fúnebre y vacía que vuelva a ser de pronto primavera. No quedará el trabajo, ni la pena de creer y de amar. El tiempo abierto, semejante a los mares y al desierto, ha de borrar de la confusa arena todo lo que me salva o encadena. Más si alguien vive yo estaré despierto. |
Islas a la deriva de José Emilio Pacheco
Inmemorial El misterioso día se acaba con las cosas que no devuelve Nunca nadie podrá reconstruir lo que pasó ni siquiera en este más cotidiano de los mansos días Minuto enigma irrepetible Quedará tal vez una sombra una mancha en la pared vagos vestigios de ceniza en el aire Pues de otro modo qué condenación nos ataría a la memora por siempre Vueltas y vueltas en derredor de instantes vacíos Despójate del día de hoy para seguir ignorando y viviendo |
No me preguntes como pasa el tiempo: Irás y no volverás de José Emilio Pacheco
Indeseable No me deja pasar el guardia. He traspasado el límite de edad. Provengo de un país que ya no existe. Mis papeles no están en orden. Me falta un sello. Necesito otra firma. No hablo el idioma. No tengo cuenta en el banco. Reprobé el examen de admisión. Cancelaron mi puesto en la gran fábrica. Me desemplearon hoy y para siempre. Carezco por completo de influencias. Llevo aquí en este mundo largo tiempo. Y nuestros amos dicen que ya es hora de callarme y hundirme en la basura. |
Islas a la deriva de José Emilio Pacheco
La materia deshecha Vuelve a mi boca, sílaba, lenguaje que lo perdido nombra y reconstruye. Vuelve a tocar, palabra, el vasallaje con tu propio fuego te destruye. Regresa, pues, canción, hasta el paraje en donde el tiempo acaba mientras fluye. No hay monte o muro que su paso ataje: lo perdurable, no el instante, huye. Ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera me reconozco: vi en tu llamarada lo destruido y lo remoto. Era árbol fugaz de selva calcinada palabra que recobra en su sonido la materia deshecha del olvido. |
La edad de las tinieblas. de José Emilio Pacheco
Elogio del jabón El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta. En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos. Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca. También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano. Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias... + Leer más |
Los elementos de la noche de José Emilio Pacheco
Los elementos de la noche Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído se derrumban los días, la fe, las previsiones. En el último valle la destrucción se sacia en ciudades vencidas que la ceniza afrenta. La lluvia extingue el bosque iluminado por el relámpago. La noche deja su veneno. Las palabras se rompen contra el aire. Nada se restituye, nada otorga el verdor a los campos calcinados. Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente ni los huesos del águila volverán por sus alas. |
Las batallas en el desierto by Jose Emilio Pacheco de José Emilio Pacheco
Para el impensable año dos mil se auguraba —sin especificar cómo íbamos a lograrlo— un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo.
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Como la lluvia. de José Emilio Pacheco
Dice sin duda: «No hay lugar a duda». Lo afirma, lo sostiene contundente Desde el centro del Bien y la Verdad incontestables. Ante su hosca certeza me pregunto cuál es El lugar de la duda. Y encuentro allí lo contrario De lo que ve quien no duda. No vivimos en calma, nunca hay paz, La vida toda es un combate incesante. Por eso nos convienen el tal vez, el acaso, el quizá, el sin embargo y el no obstante. El lugar de la duda sería entonces El territorio de la reflexión. La conciencia de ser también el otro Para quien vemos siempre como el otro, El campo de la crítica y la puerta Que cierra el paso al dogma y a sus crímenes. |
Las batallas en el desierto by Jose Emilio Pacheco de José Emilio Pacheco
Mariana se había convertido en mi obsesión. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo
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Jorge Luis Borges de José Emilio Pacheco
La utopía de América se ha realizado en su literatura. Es preciso extenderla a todas nuestras actividades. José Emilio Pacheco, Jorge Luis Borges. Era, Ciudad de México, 2019, p. 74. |
Las batallas en el desierto by Jose Emilio Pacheco de José Emilio Pacheco
Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual.
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Gregorio Samsa es un ...