El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Mientras tú creas en él, existirá; su poder está en tu credulidad.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Mientras tú creas en él, existirá; su poder está en tu credulidad.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
¡Consulta tu corazón! ¡Todavía estás a tiempo! ¡Ojalá que el recuerdo de ese gran olvidado no se cierna sobre tu dicha como una negra sombra, turbándola!
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] puede actuar de forma cruel, como una potencia diabólica que penetra en la vida de forma visible... pero sólo cuando tú mismo no seas capaz de expulsarlo de tu mente. Mientras sigas creyendo en él, existirá y actuará sobre ti. Sólo tu credulidad le otorga su poder.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] no se veía más que el puro reflejo de su amor, y cómo incluso aquel dulce estremecimiento de miedo también había surgido de sus pechos anhelantes y enamorados, y cómo fue sólo la aparición del huésped siniestro, anunciada por aquellas voces espectrales, la que provocó en ellos el verdadero escalofrío.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
La Naturaleza, esa madre cruel, rechaza a sus hijos desnaturalizados, arroja de su seno a los espías curiosos que con mano temblorosa pretenden levantar sus velos; les entrega un juguete precioso y cautivador para, luego, volver contra ellos su propia fuerza destructora.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
No tema usted nada de un hombre inofensivo que la ha amado con todo el fuego y toda la pasión de un joven y que no supo que la había entregado usted su corazón y que, además, fue lo suficientemente ingenuo como para haberse atrevido a pedir su mano. ¡No!
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] en definitiva en sus rasgos imprecisos e irreconocibles no tenía nada terrible, no despertaba en ella ningún temor: tan sólo sentía vagamente, tras cada aparición, como si su interior se vaciara de ideas y flotara, incorpórea, fuera de sí misma, por lo que luego se notaba extenuada y enferma.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] la amaba con la misma intensidad. Enseguida comenzaron ambos a rememorar todos los instantes en los que habían dejado traslucir su amor y, recordándolos, embelesados como dos chiquillos, se sintieron tan dichosos que se olvidaron de todos los contratiempos [...]
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] incluso el recuerdo de mi amada sólo me produce ese tenue dulce sentimiento doloroso que tanto bien hace a veces a nuestro espíritu.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] aunque creyera verdaderamente que al desconocido mundo de los espíritus le está permitido mostrarse en acordes, en tonos, incluso en visiones que somos capaces de percibir, no me explico por qué la Naturaleza tiene que oponerse a nosotros, los humildes vasallos de ese reino misterioso, con tal adversidad, de forma que aquellas manifestaciones sólo nos produzcan miedo o un terror devastador.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
¡Para nada se necesita uno de esos amores novelescos que tantas veces solo sirven para trastornaros la cabeza!
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Me refiero a que, en aquella edad dorada, cuando nuestra especie aún vivía en íntima consonancia con la Naturaleza, ningún terror sobrecogía a los hombres, precisamente porque en aquella felicidad, en aquella armonía de todos los seres no existía nada adverso, nada enemigo que pudiera atraer sobre nosotros algo de su mismo género. Hablo de extrañas voces fantasmales, pues ¿cómo se explica entonces que los sonidos de la Naturaleza, aun cuando podemos precisar con certeza su origen, nos parezcan lúgubres y quejumbrosos lamentos que embargan nuestro pecho de un profundo espanto?
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Eso es horroroso, de verdad, horroroso; no, yo moriría si me sucediera algo así. A menudo también a mí me ha ocurrido que, despertándome de súbito de mi sueño, sentía una íntima angustia indecible, como si hubiera vivido algo espantoso. Y, sin embargo, no tenía la menor idea, ni siquiera guardaba un vago recuerdo de alguna pesadilla; más bien me figuraba que despertaba de un estado plenamente consciente, parecido a la muerte.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
A menudo durante el día, pero con más frecuencia durante la noche, percibo voces, gemidos y llantos de moribundo que a veces parecen provenir de muy lejos, y otras estar muy cerca de mí.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Cada uno de los presentes sentía una gran opresión en el pecho; a todos les agobiaba la presencia del extraño con el peso de esa calma aparente que precede a las tempestades; a todos se les congelaba la palabra en los labios al contemplar el semblante pálido como la muerte de aquel huésped inquietador y siniestro.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] entonces, exclamó extasiado que jamás había visto una mujer más bella ni más encantadora, que jamás había podido sentir qué era el amor hasta entonces, pues en aquellos momentos abrasaba su corazón.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Mis ojos no eran lo que ardía en tu pecho, sino dos gotas ardientes de la sangre de tu propio corazón. ¡Yo sino teniendo mis ojos! ¡Mírame tan sólo!
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
Se hundía en sombrías ensoñaciones y pronto empezó a comportarse de manera muy extraña, como nadie le viera hacerlo nunca. Todo, la vida entera se le había transformado en sueño y presentimiento: hablaba constantemente del destino de los hombres, que, creyéndose libres, no son más que los peones de fuerzas oscuras a las que sirven en sus juegos crueles; inútilmente tratarán de resistirse contra ellas; humillados, los hombres deberán aceptar lo que les depare el destino.
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
"¡Y qué son palabras! ¡Palabras! La mirada de sus ojos celestiales dicen más que lo que pueda contener cualquier lenguaje articulado. ¿Necesita una criatura celeste encerrarse en el estrecho círculo del quejido humano que sirve para expresar nuestras necesidades?"
|
El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
En definitiva: miraba durante horas enteras fijamente a los ojos de su enamorado, sin levantarse, sin un gesto mientras su mirada se iba volviendo cada vez más cálida y más viva.
|
¿Cuál es el órgano que trasplantan a Cora?