El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] en definitiva en sus rasgos imprecisos e irreconocibles no tenía nada terrible, no despertaba en ella ningún temor: tan sólo sentía vagamente, tras cada aparición, como si su interior se vaciara de ideas y flotara, incorpórea, fuera de sí misma, por lo que luego se notaba extenuada y enferma.
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