El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann
[...] no se veía más que el puro reflejo de su amor, y cómo incluso aquel dulce estremecimiento de miedo también había surgido de sus pechos anhelantes y enamorados, y cómo fue sólo la aparición del huésped siniestro, anunciada por aquellas voces espectrales, la que provocó en ellos el verdadero escalofrío.
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