Todo esto te daré de Dolores Redondo
Ese día reconoció en el gesto de Manuel el dolor amordazado, atado de pies y manos que uno decide mantener prisionero para siempre en una celda del alma. Reconocer a alguien que, como ella misma, había aceptado ser carcelero de su miedo había sido suficiente para conmover su corazón, para, sin palabras, rendirse ante un sufrimiento que presentía inmenso.
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