Todo esto te daré de Dolores Redondo
(...) sabía que el odio sin más no sería, ni por asomo, tan dañino como la cruda franqueza; el solo roce con aquella perversa sinceridad le había dejado erosiones en la piel que tardarían en sanar y un indeseable pasajero corriendo por sus venas, tan terrorífico como una posesión demoníaca y tan real como un virus: la verdad.
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