Trafalgar de Benito Pérez Galdós
Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento.
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Trafalgar de Benito Pérez Galdós
Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento.
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El doctor Centeno de Benito Pérez Galdós
Se lo metió todo en el bolsillo del pecho, y a cada instante, con disimulo, tocaba a la parte donde su corazón y su ventura estaban, juntitos, como amantes en la luna de miel.
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Tormento de Benito Pérez Galdós
No me des tormento, Pepa, déjalo correr, Pepa, vivo de tu aliento, Pepa, y muero por él |
Trafalgar de Benito Pérez Galdós
“Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado.”
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Trafalgar de Benito Pérez Galdós
“¿No es triste considerar que solo la desgracia hace a los hombres hermanos?".
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Misericordia de Benito Pérez Galdós
A los tres meses se presentó de visita en la casa. No podía olvidar a la señora ni a los nenes. Estos eran su amor, y la casa, todo lo material de ella, la encariñaba y atraía. Paquita Juárez también tenía especial gusto en charlar con ella, pues algo (no sabían qué) existía entre las dos que secretamente las enlazaba, algo de común en la extraordinaria diversidad de sus caracteres. Menudearon las visitas. ¡Ay! la Benina no se encontraba a gusto en la casa donde a la sazón servía. En fin, que ya la tenemos otra vez en la domesticidad de Doña Francisca; y tan contenta ella, y satisfecha la señora, y los pequeñuelos locos de alegría. Sobrevino en aquel tiempo un aumento de las dificultades y ahogos de la familia en el orden administrativo: las deudas roían con diente voraz el patrimonio de la casa; se perdían fincas valiosas, pasando sin saber cómo, por artes de usura infame, a las manos de los prestamistas. Como carga preciosa que se arroja de la embarcación al mar en los apuros del naufragio, salían de la casa los mejores muebles, cuadros, alfombras riquísimas: las alhajas habían salido ya... Pero por más que se aligeraba el buque, la familia continuaba en peligro de zozobra y de sumergirse en los negros abismos sociales.
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Nazarín de Benito Pérez Galdós
El portal del edificio era como de mesón, ancho, con todo el revoco desconchado en mil fantásticos dibujos, dejando ver aquí y allí el hueso de la pared desnuda y con una faja de suciedad a un lado y otro, señal del roce continuo de personas más que de caballerías. Un puesto de bebidas —botellas y garrafas, caja de polvoriento vidrio llena de azucarillos y asediada de moscas, todo sobre una mesa cojitranca y sucia—, reducía la entrada a proporciones regulares. El patio, mal empedrado y peor barrido, como el portal, y con hoyos profundos, a trechos hierba raquítica, charcos, barrizales o cascotes de pucheros y botijos, era de una irregularidad más que pintoresca, fantástica. El lienzo del Sur debió de pertenecer a los antiguos edificios del corral famoso; lo demás, de diferentes épocas, pudiera pasar por una broma arquitectónica: ventanas que querían bajar, puertas que se estiraban para subir, barandillas convertidas en tabiques, paredes rezumadas por la humedad, canalones oxidados y torcidos, tejas en los alféizares, planchas de cinc claveteadas sobre podridas maderas para cerrar un hueco, ángulos chafados, paramentos con cruces y garabatos de cal fresca, caballetes erizados de vidrios y cascos de botellas para amedrentar a la ratería; por un lado, pies derechos carcomidos sustentando una galería que se inclina como un barco varado; por otro, puertas de cuarterones con gateras tan grandes que por ellas cabrían tigres si allí los hubiese; rejas de color de canela; trozos de ladrillo amoratado, como coágulos de sangre; y, por fin, los escarceos de la luz y la sombra en todos aquellos ángulos cortantes y oquedades siniestras.
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Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
—(…)Lo que yo hago ahora, lo que la tiene a usted tan enojada es, según voy viendo, una acción noble, y mi conciencia me la aprueba, y estoy tan satisfecho de ella como si tuviera a Dios dentro de mí diciéndome: bien, bien… Porque usted no me puede hacer creer que estamos en el mundo sólo para comer, dormir, digerir la comida y pasearnos. No, estamos para otra cosa. Y si yo siento dentro de mí una fuerza muy grande, pero muy grande, que me impulsa a la salvación de otra alma, lo he de realizar, aunque se hunda el mundo.
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Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Su ignorancia era, como puede suponerse, completa. Leía muy mal y a trompicones, y no sabía escribir. Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior. |
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Pasmábase la señora de Santa Cruz de que hubiera tantísima madre por aquellos barrios, pues a cada paso tropezaba con una, con su crío en brazos, muy bien agasajado bajo el ala del mantón. A todos estos ciudadanos del porvenir no se les veía más que la cabeza por encima del hombro de su madre. Algunos iban vueltos hacia atrás mostrando la carita redonda dentro del círculo del gorro y los ojuelos vivos, y se reían con los transeúntes. Otros tenían el semblante malhumorado, como personas que se llaman a engaño en los comienzos de la vida humana. También vio Jacinta no uno, sino dos y hasta tres camino del cementerio. Suponíalos muy tranquilos, y de color de cera dentro de aquella caja que llevaba un tío cualquiera al hombro como se lleva una escopeta.
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Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Más que los dolores reumáticos molestaba al enfermo el no tener con quien hablar, pues la mujer que le servía, una tal doña Brígida, patrona o ama de llaves, era muy displicente y de pocas palabras. No poseía Estupiñá ningún libro, pues no necesitaba de ellos para instruirse. Su biblioteca era la sociedad, y sus textos, las palabras calentitas de los vivos.
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Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
—(…) Y nada, hija de mi alma, fue el maldito capricho por aquella hembra popular; no sé qué de entusiasmo artístico, una demencia ocasional que no puedo explicar. —¿Sabes lo que estoy deseando ahora? —dijo bruscamente Jacinta—. Que te calles, hombre, que te calles. Me repugna eso. Razón tienes; tú no eras entonces tú. Trato de figurarme cómo eras, y no lo puedo conseguir. Quererte yo y ser tú como a ti mismo te pintas, son dos cosas que no puedo juntar. |
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeñaba en parecer grave, y para ser grave, nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la influencia del norte de Europa, y ese maldito norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo (…) Los tonos vivos las encanallan, porque el pueblo ama el rojo bermellón, el amarillo tila, el cadmio y el verde forraje; y está arraigado en la plebe el sentimiento del color, que la seriedad no ha podido establecer su imperio sino transigiendo.
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Marianela de Benito Pérez Galdós
-¡A leer!… ¿Y quién me ha de enseñar? – Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe a leer. Ya sabes que no me niega nada. ¡Qué lástima tan grande que vivas así! |
Colección Galdós. La sombra de Benito Pérez Galdós
Yo no sé en qué fundaba mis sospechas: yo sé que las tenía. Entraron en mí como entran las ideas innatas; mejor dicho, estaban en mí, según creo, desde el nacer, ¡qué sé yo! desde el principio, desde más allá. Yo no sé qué espíritu diabólico es el que viene a decirnos ciertas cosas al oído cuando estamos entregados a la meditación; yo no sé quién forja esos raciocinios que entran en nuestro cerebro ya hechos, firmes, exactos, con su lógica infernal y su evidencia terrible.
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La Fontana de Oro de Benito Pérez Galdós
De todos los procedimientos que el espíritu emplea para atormentarse a sí mismo, el más terrible es esperar. Contra esto no hay remedio. Parece que ha de ser fácil resolverse a no esperar, apartar la imaginación de la cosa esperada, y vivir sólo en un punto de la vida, en un momento del tiempo, sin esa dolorosa aspiración a lo venidero que desquicia el ser, sacándole de su centro. Cuando se espera lo que ha de llegar, las horas son siglos; cuando se espera lo que debió llegar, las horas vuelan como segundos.
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Trafalgar de Benito Pérez Galdós
Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome estremecer con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo.
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Marianela de Benito Pérez Galdós
Si Dios no nos ha dado alas; en cambio nos ha dado el pensamiento, que vuela más que todos los pájaros, porque llega hasta el mismo Dios...
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Marianela de Benito Pérez Galdós
No comprendía que una palabra cariñosa, un halago, un trato delicado y amante que hicieran olvidar al pequeño su pequeñez, al miserable su miseria, son heroísmos de más precio que el bodrio sobrante de una mala comida.
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¿Quien escribió el mas grande fenómeno de Wattpad "After"