Matute diosa de la cadencia.
Su aterciopelado ritmo te acoge, sus letras te abrigan y cuando el más plácido sueño de la belleza de su prosa te abraza, no tiene piedad, te asesina. Caíste en su trampa. Mantis religiosa.
Por horrendo que sea su traje: la muerte dulce, que regenera, que limpia, y que siempre deja la viva imagen de la esperanza reflejada en alguna parte.
Aranmanoth bien podria ser una fabula traída de los confines de los tiempos de boca en boca; sin embargo tiene un espacio definido, la edad media.
Conjugación perfecta de ficción histórica y fantasía, maridaje de cantidades precisas, la justa medida, para acompañar a la historia, verdadera protagonista.
Un padre, abnegado servidor del conde, un hijo fruto de la fantasía, manantial de la metáfora y guardián de una niña de nueve años pendiente de alcanzar la edad de su desfloración...su madrastra.
Y en ese cruce de caminos la autora dibuja la bondad y la mezquindad del ser humano, en todo su esplendor, como un río de calmado caudal, pero que no se detiene.
En el centro, el amor, la amistad, la fidelidad y los sueños, irremediablemente, en las orillas, la maleza, que nace en silencio y se ramifica en crueldad, envidia, ambición que pudre todo lo que toca.
Y en las veredas, la naturaleza, sus bosques, el nacimiento de la vida que el hombre corrompe. La madre tierra y sus parcelas, esas que siempre añoramos cuando el destino nos aleja.
Historia de varias búsquedas, batalla de luces y sombras donde dejarte arrastrar por su magia es tu victoria.
Va siendo hora de reivindicar a una autora que se nos pierde, que no escribió El Quijote, ni falta que le hizo.
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