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La estrategia del pequinés de Alexis Ravelo
justamente en ese instante, la escuchó suspirar, la sintió volverse hacia él y dar los buenos días de una forma que indicaba que en sus labios solo podía haber una sonrisa.
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Calificación promedio: 5 (sobre 137 calificaciones)
/Curiosamente, no comencé con los norteamericanos, que es lo que suele ocurrir. de adolescente, me topé con Friedrich Dürrenmatt (La promesa, El encargo, El juez y su verdugo), con Leonardo Sciascia (El contexto, El caballero y la muerte), con Manchette (Fatal, El caso N`Gustro) y también con autores que publicaban en español, como Paco Ignacio Taibo II (La vida misma), Mempo Giardinelli (Luna caliente) o Andreu Martín (Prótesis fue para mí un descubrimiento). Así que ingresé en el género sabiendo ya de sus posibilidades tanto estéticas como éticas y políticas. Haciendo buena literatura con él, estos autores iluminaban con un foco pesimista y lúcido al ser humano y a la sociedad.
Además de los que cito en la respuesta anterior, siento que me influyen al escribir novela negra Jim Thompson, James M. Caine, Patricia Highsmith, Horace McCoy o Francisco González Ledesma. Pero debo hacer notar que en mi trabajo siento más el peso de muchos autores que no son del género, pero a los que regreso constantemente. Y esa es una lista tan diversa como extensa, que abarca desde Onetti y Cortázar a Yourcenar y Camus , desde el Arcipreste de Hita a Carson McCullers. de hecho, no suelen interesarme los autores de novela negra que solo leen novela negra, cosa que se nota enseguida.
Muchos. Sobre todo en el cine francés de los años sesenta y setenta. Uno de mis directores favoritos es Jean Pierre Melville. Sin embargo, en los últimos años, el nuevo cine negro nos da temas y argumentos para pensar mucho. Películas pequeñas pero inteligentes como Blue Ruin o Tarde para la ira me interesan por su estética, por su tratamiento serio de los argumentos. Es un tipo de cine en el que, al igual que pasa con los grandes textos, lo importante no es lo que se dice, sino lo que no se dice.
La mayoría de estos premios los otorgaban profesionales y expertos en el gremio o lectores, así que me llenaron de alegría, por el reconocimiento que suponían. Aparte de animarte, los premios te dan un empujón hacia la luz pública. Pero es importante recordar siempre que, por muchos premios que tenga, lo importante es que el siguiente libro sea igual o mejor que el anterior, que por muchos galardones que uno tenga en la estantería, el lector lee un libro cada vez, y ese libro ha de ser digno. Quiero decir: el currículum del autor da igual; lo importante es que se dé esa magia entre el texto y el lector. Por lo tanto, pasados los fastos, uno ha de olvidarse de que tiene esos premios y concentrarse en seguir haciendo su trabajo como el primer día, con el mismo esfuerzo y la misma seriedad. O más, me atrevería a decir.
Yo acoto de forma muy precisa el tiempo de mis ficciones. Me gusta que mis argumentos se desarrollen en lapsos breves de tiempo (una semana, un mes, tres días), pero hay técnicas, en realidad muy sencillas, que te permiten ir hacia delante y hacia atrás más allá del arco temporal fijado, a lo que podríamos llamar, respectivamente, antecedentes y resoluciones de la trama. Además, todo el presente está hecho de pasado, todo lo que somos está constituido por todo lo que otros fueron antes. Cuando profundizamos en la realidad, la Historia aparece enseguida y nos damos cuenta de que no somos más que un eslabón en el devenir. Pero el tiempo es un viaje constante en el que cada segundo dura un segundo. Y esto es importante para nosotros, los seres humanos, que sabemos que vamos a morirnos pero no cuándo. Así que la literatura, en este sentido, funciona como una máquina del tiempo que nos permite ir adelante, atrás, prolongar un instante todo lo que queramos o volver a un momento determinado todas las veces que se nos antoje. Eso es, se me ocurre, un consuelo.
Yo soy de los que aprendieron, con Rulfo, que no hay que salir de tu pueblo para contar el mundo. Lo que hace universal a una novela no es su cosmopolitismo, sino la universalidad de sus temas. Me gusta trabajar con espacios en los que he respirado y vivido con intensidad, en los que he sufrido y gozado y que conozco bien. Digamos, que creo que no se puede habitar los lugares de una novela como un turista. Así que siempre he preferido, si el argumento me lo permite, ambientar en Las Palmas de Gran Canaria porque es el sitio donde me crié, y que conozco bien. Pero, aparte, presenta ventajas indudables: es una ciudad portuaria tricontinental, con influencias de Europa, África, Asia y América, con el tamaño suficiente para tener vicios de gran ciudad pero también con todas las malas mañas de una capital de provincias. Además, es la capital de un territorio insular, y toda isla es, por sí misma, materia literaria. Supongo que para un escritor es una suerte nacer aquí.
En realidad, Monroy tiene muy poco de mí, salvo el hecho de que se afeita la cabeza. Cuando lo pensé, quería crear un personaje hard boiled que fuera verosímil en mi entorno. Los policías me aburrían para trabajar con ellos, los detectives privados en España no trabajan con delitos violentos (y la novela negra es un género que toma la violencia como tema y excusa para tratar otros temas) y los periodistas que conozco no eran capaces de hacer la mitad de las barbaridades que les tocaría hacer a Monroy. Así que me fijé en un cierto tipo de hombres muy típicos en Gran Canaria, esos hombres que han sido marineros y están vinculados al ambiente que había en los muelles en la época en que Canarias era puerto franco. Mi padre (fallecido hace mucho) fue uno de ellos. También tenía cerca otros, como un jefe de máquinas de la mercante a quien no conocí bien pero de quien sabía que era un gran lector. Quería un personaje potente pero con muchas cosas que no me gustan (machismo, homofobia, tendencia a la violencia y a etiquetar a las personas desde el prejuicio) y que, sin embargo, fuese capaz de obrar bien. Pero también lo suficientemente violento para poder salir a hostia limpia de cualquier situación. Ahora que lo pienso, es curioso esto de los defectos, porque me he dado cuenta de que, a partir de la segunda novela (Solo los muertos) siempre he procurado que Monroy aprenda a través de las situaciones que le planteo y que se libere de alguno de sus prejuicios.
Se necesita suerte, sobre todo. Dar en el clavo con el personaje y su universo y que ese universo y ese personaje interesen. Hay que vigilarse mucho, para no estancarse y ser fiel, al mismo tiempo, a ese mundo que has creado. Digamos que en cada novela tienes que ofrecer lo mismo, pero de una manera diferente, una evolución estilística o argumental. Con Monroy tengo suerte porque la gente que lo acompaña en el viaje (todos los secundarios) son muy cotidianos pero, al mismo tiempo, más interesantes que él mismo. También es cierto que al principio yo solo quería escribir una novela negra (Tres funerales para Eladio Monroy). Luego me influyeron dos cosas, muy extraliterias, en realidad: la popularidad y la indignación que me hacen sentir ciertas injusticias. Digamos que, como sé que las novelas de Monroy son populares, cuando una situación o una actitud pública me indignan, puedo escribir una novela de Monroy tratando ese tema. Y eso me impide, muy probablemente, explotar. Después de aquella primera novela, las demás surgieron por noticias que me enojaban profundamente (aún antes de que pasaran a convertirse en temas de moda) y que tenían que ver en cada momento con la explotación de recursos en los países más pobres, el blanqueo de capitales y la financiación ilegal de partidos, los tejemanejes con subcontratas públicas o las redes de explotación sexual. Digamos que, para las novelas de esta serie, yo no busco los temas, sino que los temas me buscan a mí y que sé que lo que escriba va a tener un público fiel que, probablemente, también esté preocupado por esos temas.
Probablemente a la víctima.
Es un gran momento. Aún tenemos con nosotros a muchos de los fundadores del género (Juan Madrid o Andreu Martín) produciendo obra nueva, a los autores de los noventa que se inclinaron hacia el policial (Alicia Giménez Bartlett, Lorenzo Silva) y nos hemos incorporado muchos autores que parecíamos marginales por motivos estilísticos o geográficos. Además, la presencia de las voces femeninas ya no es anecdótica y autoras como Rosa Ribas, Cristina Fallarás o Susana Hernández son, con justicia, populares. Y ahora, continúan cultivando el género nuevas voces. En los últimos tiempos he leído a Laura Gomara, por ejemplo, una autora muy joven que lo hace muy bien.
Para mí, todo surge de la escritura, todo (salvo quizá la música) es palabra. Y es benéfico para un autor el contacto con disciplinas no literarias, que obligan a supeditar lo literario a otros códigos. Aparte de guiones, por ejemplo, he escrito copies y jingles para publicidad y textos para teletiendas. Siempre para comer caliente, por supuesto, pero cada vez que lo he hecho he aprendido algo. No me importaría acabar escribiendo un día el guion de un videojuego. Seguro que aprendo mucho haciéndolo.
Está a punto de publicarse una novela que finalicé el año pasado, ambientada en la isla de Lanzarote y, ahora mismo, hago trabajo de campo para un ensayo literario.
Prótesis , sin duda. Y las novelas de Jim Thompson.
Fatal , de Manchette. También Prótesis y El talento de Mr. Ripley. Y una novela no muy célebre, pero muy bien escrita: Penúltimo nombre de guerra , de Raúl Argemí.
Algunas de las novelas de James Ellroy. Pero a veces me produce mucha pereza.
Son muchos. Daría para otra entrevista.
Una greguería de Ramón Gómez de la Serna: «Nunca es mañana; siempre es hoy».
Después de la caída, de Dennis Lehane.
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La estrategia del pequinés de Alexis Ravelo
justamente en ese instante, la escuchó suspirar, la sintió volverse hacia él y dar los buenos días de una forma que indicaba que en sus labios solo podía haber una sonrisa.
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La estrategia del pequinés de Alexis Ravelo
Habló lentamente, como si las palabras fueran pesados bloques que acarreara uno a uno, edificando un muro que los separara a ambos del resto del mundo.
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Los nombres prestados de Alexis Ravelo
Los perros no tienen reloj. No saben lo que es el tiempo, acaso porque tampoco saben lo que es la muerte.
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La estrategia del pequinés de Alexis Ravelo
—Yo me crié en San Juan. En la ladera alta. Por allí había un perrillo chico abandonado. Un pequinés que dormía debajo de los coches y estaba siempre lleno de mugre. Alguna vieja del barrio le ponía de comer. —¿Y eso a qué viene? —le escupió Cora. Tito alzó las palmas de las manos, pidiéndole tranquilidad. —Espera. Espérate un momento y escúchame. Por el barrio había perros grandes. Estaba de moda que la gente tuviera dóberman, presas canarios, pastores alemanes y todo eso. ¿Tú sabes lo que hacía el jodido pequinés? En cuanto veía que había algún perrazo cerca, en vez de salir corriendo, se le enfrentaba, ladrando. Y, si el grande se despistaba, se le colgaba de los huevos o del cuello. Así fue como sobrevivió un montón de años. —Pero ¿qué me intentas decir? —Te intento decir que Júnior será un buen perro de presa, pero que, en un caso como este, es mejor adoptar la estrategia del pequinés: dar el primer paso, plantar cara y, si puede ser, meterle una buena chascada en los cojones. + Leer más |
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Un tío con una bolsa en la cabeza de Alexis Ravelo
No hay mayor tirano que un enano con el látigo en la mano. Eso solía decir el Viejo. Esto lo había leído o lo había sacado de una canción, no lo sé. El tipo o la tipa que no aprobaron los exámenes para policía y acabaron de seguratas, los auxiliares de clínica que no pudieron o no supieron ser enfermeros, el cabo chusquero, el peón de la cuadrilla al que le toca controlar el tráfico con un cartelito y unos conos en mitad de la carretera, la tía que quería ser jefa de negociado y ha acabado recogiendo documentación en el registro, el juez o la jueza que no consiguen ascender y siguen en la Audiencia Provincial, acumulando autos que no interesan a nadie hasta que un día les cae por turno un caso sonado con el que pueden lucirse y salir en el periódico, el calvo que pudo ser metre y no pasó de jefe de rango, la rubia teñida que estudió Economía y Finanzas, pero solo consiguió ser encargada de turno en ese supermercado de barrio. Esos, esas, están ahí esperando a que lleguen a la puerta que custodian, el hospital por el que se arrastran, el batallón donde sirven, la carretera que controlan, el registro donde vegetan, el juzgado en el que sojuzgan, el lado del comedor en el que lamen culos, el supermercado en el que se pudren. Esos son los enanos del látigo y el látigo está hecho de normas, de órdenes dictadas por otros, de reglamentos, de normativas, de leyes, de políticas de empresa.
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Los nombres prestados de Alexis Ravelo
Salieron a la calle y comenzaron a atravesar juntos el centro de la ciudad populosa, que, como el océano, ignoraba su capacidad para albergar monstruos.
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Solo los muertos de Alexis Ravelo
Muerte natural. Al menos, yo considero natural que te mueras si te meten un par de puñaladas en el pecho y otra en el cuello.
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En qué año fue publicada esta novela