Pero incluso con sus favoritos, el destino no siempre se muestra magnánimo. Rara vez conceden los dioses a los mortales más de una hazaña única e imperecedera.
|
Pero incluso con sus favoritos, el destino no siempre se muestra magnánimo. Rara vez conceden los dioses a los mortales más de una hazaña única e imperecedera.
|
Y sólo con la guerra mundial, cuando La marsellesa, hace tiempo convertida en himno nacional, resuena de nuevo con aire belicoso en todos los frentes de Francia, se da la orden de que el cadáver del pequeño capitán Rouget sea inhumado en el mismo lugar que el del pequeño teniente Bonaparte. Bajo la cúpula de los Inválidos. Y así, el menos célebre entre los creadores de un himno inmortal descansa al fin, en el panteón de hombres ilustres de su patria, del desengaño de no haber sido más que el poeta de una sola noche.
|
gran parte de lo que ocurre es indiferente y trivial. También aquí, como en todos los ámbitos del arte y de la vida, los momentos sublimes, inolvidables, son raros. La mayoría de las veces, en su calidad de cronista se limita a hilvanar, indolente y tenaz, punto por punto, un hecho tras otro en esa inmensa cadena que se extiende a lo largo de miles de años, pues toda crisis necesita un periodo de preparación y todo auténtico acontecimiento, un desarrollo. Los millones de hombres que conforman un pueblo son necesarios para que nazca un solo genio. Igualmente han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad. Pero cuando en el arte nace un genio, perdura a lo largo de los tiempos. A su vez cada uno de estos momentos estelares marca un rumbo durante décadas y siglos.
|
así como en la concha vacía resuena el estruendo del mar, en su interior lo hacía el murmullo de una música inaudible, la más extraña y magnífica de cuantas hubiera escuchado jamás. Poco a poco su apremiante crecida desligó el alma del cuerpo desfallecido, para transportarla hacia la esfera de lo ingrávido. Un caudal hacia otro, un eco eterno hacia la eternidad.
|
Una vez más, en medio de la niebla, se desvanece en lontananza la eterna quimera de un mundo humanizado.
|
Todas las virtudes burguesas —la prudencia, la obediencia, el ahínco y la discreción—, todas ellas se funden impotentes en el ardor de uno de esos grandes momentos del destino que reclaman siempre al genio y quedan plasmados en una imagen duradera. Con desdén, ese momento decisivo rechaza al pusilánime.
|
una vez más, los fantásticos fuegos artificiales de una existencia como la de Napoleón estallan espléndidos en todos los cielos, antes de apagarse para siempre en una repentina caída.
|
La palabra, como una piedra impetuosa, cae en el frío espejo de la calma, suena con fuerza, como si partiera algo en dos. [...] Entonces su mirada, antes de la gran ceguera, atrapa ávida —lo sabe, ¡por última vez!— aquel pequeño trozo de mundo, que le ofrece el cielo allá arriba.
|
Allí donde ella {la historia} impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla.
|
Se abre ante ti el paraíso o el infierno; y se te estremece el alma acobardada.
|
Gregorio Samsa es un ...