Hace 20 años, Kate Clephane renunció a su familia y a su vida en Nueva York para huir con su amante. Ahora lleva una existencia fútil y vacía entre los exiliados americanos de pasado poco ortodoxo que viven en la costa azul francesa. Pero un telegrama de su hija Anne invitándola a volver a casa cambiara todo. Deseosa por recuperar a la hija que dejo atrás y que no conoce, Kate regresara a Nueva York, tratando de amoldarse a una sociedad que nunca le llego a gustar. Pero ese equilibrio se romperá cuando descubra que Anne se ha prometido al único hombre que ella amó alguna vez. Y eso amenaza con destruir el frágil vínculo que madre e hija han empezado a forjar… No voy a decir que esta novela no me ha gustado porque mentiría descaradamente. Me ha gustado mucho. Pero he tenido dos grandes problemas con ella. En primer lugar, que no creo que sea una de las grandes novelas jamás escritas por Edith Wharton, una autora a la que admiro más con cada libro que leo de ella. Y de ahí proviene mi segundo problema: hubo un momento, hacia la mitad, en que pensé que si iba a ser así. Pero el último cuarto de la lectura me dejó claro que esto no iba a pasar. de ahí la ligera decepción que me ha supuesto un libro que no me ha parecido malo en absoluto. Pese a algún pequeño problema que le encontrado mientras lo leía. Quizás todo empezó desde las primeras páginas. El principio me pareció muy descriptivo y muy lento, sentí que al libro le costo despegar un poco. Para mi, en ciertos momentos, tanta descripción y tanto enfoque en los detalles y en el mundo interior de Kate y sus pensamientos me pareció un tanto innecesario, ya que me pareció que ralentizaba la lectura demasiado. Pero también entiendo la intención de la autora, ya que logra recrear una atmósfera decadentista y mostrarnos a una protagonista que tiene mucho más que demostrar que lo que parece a simple vista. Una vez más Wharton vuelve a demostrarnos como crear una pequeña obra maestra a partir de una idea aparentemente ramplona, como lograr que un argumento sencillo fluya y sea eficaz de una manera sutil y con unos recursos literarios económicos, sin necesidad de grandes giros de guión o situaciones que dejen al lector con la impresión de ser forzosas. Su trabajo es impecable, con una pluma inteligente y pulida, capaz de evocar como pocas pueden hacerlo, crear imágenes mentales con las palabras que se meten en el lector con la suavidad y finura de una pequeña cascada. Todo está muy bien medido y los personajes están finalmente construidos, incluso los secundarios. Su prosa es increíblemente pulida y sarcástica, sobresaliendo sus descripciones sociales y psicológicas. Con cada libro que leo de ella, más y más me enamoro de su estilo narrativo. Si hay algo que no se puede negar es que Wharton es una autora excepcional por su sutileza, por la forma en que todo lo que hay de impactante y demoledor en la historia es lo que subyace en ella, los matices y los detalles de los que está plagada son parte del propio argumento y de la intención que tiene la autora al narrarla. Hasta los silencios de sus personajes dicen más que cualquier acto o palabra. O por lo menos normalmente. Y ese es el kid de la cuestión, el gran problema que le he encontrado a “La Renuncia” respecto a otros libros de la Wharton. Como dije más arriba, tras un principio lento, me pareció que se metía el acelerador dentro de la obra de una manera que me pareció muy bien para lograr mantener el interés del lector por lo que tenía delante. Y muy bien llevada, pues no resultaba abrupto para nada, sino que resultaba muy natural. Se no ponía sobre la mesa varios conflictos humanos, muy interesantes: la autentica esencia de las relaciones entre madres e hijas, y lo complicadas que pueden resultar;la manera en que van forjándose con el paso de los años y nunca pueden idealizase; y que supone, realmente, ser madre. Y también trataba sobre cómo el pasado acaba por llamar siempre a tu puerta, como no se puede huir de él. Pero llego un punto en que la forma en que Kate se desenvolvía sobre estas cuestiones me pareció muy plana. La obra empezó, poco a poco, a perder fuelle mientras iba leyendo, me faltaba de una forma brutal la sutileza y el fino sarcasmo que suelen ser marca de la casa Wharton. Y eso hizo que lo que leía me parecía muy simple y convencional, demasiado plano y carente de interés. Me faltaba creer lo que leía, que el conflicto se tratase de una forma más delicada y profunda. Todo el tratamiento se me quedo en muy poco. Y más cuando sé que Wharton si es capaz de hacerlo. Hay un río que recorre toda la novela, y que lleva a Kate a un camino totalmente diferente a cómo empezó la historia. Y este río es subterráneo, en el sentido de que, aparentemente, nada ha cambiado en la vida de nuestra protagonista. Su paso por Nueva York podría haberse quedado en un mero paréntesis en su vida, la cual es solo real en la costa azul. Un paréntesis que puede dejarle al lector la sensación de no ser verdaderamente relevante. Porque siento que Wharton no nos hace completamente consciente de esta artimaña hasta las últimos párrafos de la novela ni se desenvuelve bien con Kate y la decisión que tomo hasta ese punto. Como si lo que realmente le interese es demostrar cómo llego a ese punto, más que sus consecuencias. Solo se toma la molestia de hacerlo comprensible cuando llega la hora de cerrar la novela, como si fuera consciente de que algo se ha quedado en el tintero con Kate. Para mí la última página de la novela es lo que la salva In extremis, y lo que da verdadera relevancia al personaje de Kate. Durante toda la lectura no he podido dejar de ver similitudes con una de las obras de Wharton más famosas (si no la que más) “La Edad de la Inocencia”. al igual que en esta, en “La Renuncia” nos encontramos a dos protagonistas en medio de la alta sociedad neoyorquina de finales del siglo XIX o principios del XX. Y ambos; la Kate de la obra que ahora nos ocupa y el Newland Archer de “La Edad de la Inocencia”; ven los sinsentidos de esas sociedad, lo ridículamente snob y clasista que es. Como se rige por férreas normas sociales, y se mueve al son de sus incesantes cotilleos y sus cambiantes preferencias y alianzas. Una vez más, Wharton nos la presenta como una especie de cárcel dorada y asfixiante, en la que sus habitantes creen vivir muy bien, pero que en realidad es un mundo y cruel que tiene algo de selvático, en el que no está permitido salirse de la tangente o la naturalidad, ya que todo esta angustiosamente bien definido y marcado. No obstante es aquí donde ambas novelas divergen, lo que para mi hace que “La Renuncia” sea, de alguna manera, sucesora de lo que muestra “La Edad de la Inocencia”: esta no deja de ser la crónica de un mundo que está llegando a su crepúsculo, el de las viejas familias de noble abolengo y rancias costumbres de la Nueva York del cambio de siglo; y del conflicto que están destinados a perder contra los nuevos ricos de linaje más bajo que acaban de llegar y que poco a poco van haciéndose con todo el poderío económico y social. En “La Renuncia” ese cambio ya se ha asimilado parcialmente. Y eso se ve en que parece que las normas se han vuelto más ligeras, y que conductas que antes hubieran sido públicamente rechazadas ahora son más aceptadas. Pero en realidad, aunque el conteniente haya cambiado el contenido sigue siendo el mismo. La moraleja es que la sociedad es caprichosa y no hay nada seguro. Pero eso no equivale a que vaya a mejor, ya que nunca deje de ser una espada de Damocles sobre aquellos que la conforman, ya que los prejuicios y las imposiciones sociales (por más que se metamorfoseen) siempre acaban por imponerse y marcar los compases. Se pueden aceptar muchas cosas, pero nunca que te salgas de la tangente, sea cual sea en ese momento. Una víctima de esto será nuestra protagonista, Kate Clephane. al igual que el protagonista de “La Edad de la Inocencia” es perfectamente capaz de ver más allá de los convencionalismos sociales. Puede parecer que acepta todo lo que dicta la sociedad neoyorquina, y de hecho, hay un momento de la novela en que llega hacerlo con el fin de volver a adaptarse a la misma y recuperar a su hija Anne. Pero eso no equivale a que nunca llegue a sentirse cómoda entre los miembros que la componen, ya que nunca deje de ver más allá de la máscaras que todos se han puesto para dar de cara a la galería y componer una imagen de satisfacción con la vida que llevan. Pero Kate es una mujer que está mucho más allá de eso.Al principio de la novela se nos presenta como un personaje que puede parecer vacío, simple e insustancial. al fin de al cabo, en la costa francesa no deja de hacer lo que luego vemos en Nueva York: intentar sobrevivir al tipo de existencia que supone el no tener un fin real en la misma, tener un lugar dentro de una sociedad en la que sus participantes la aburren en el mejor de los casos. Dentro de su cabeza, Kate crítica a todos quienes la rodean, tanto en Francia como en Nueva York. Pero, al final, hace lo mismo que ellos, si bien nosotros conocemossus motivos. Pero, paulatinamente, los sucesos del pasado se entrelazarán con su nuevo presente, obligándola a tomar una decisión y a decidir entre ella misma y su hija Anne. Kate deberá ser fiel a si misma para salvarse y para lograr la felicidad de Anne, y eso supondrá un sacrificio enorme que la consagrara como su propia heroína personal. Kate es una heroína Wharton de tomo y lomo, ya que no acaba de encajar en la sociedad en la que le ha tocado vivir.Y al final acaba convirtiéndose más en una condesa Olenska que en un Newland Archer , quien al final de “La Edad de la Inocencia” se conforma y acaba adaptándose y convirtiéndose en un actor más de ese escenario recreado por y para las clases altas. Me parece muy interesante las contradicciones que supone este personaje y como Wharton las dibuja: la manera en que Kate se acomoda a su papel de madre nada más volver a Nueva York, casi sintiéndose feliz y agradecida con el hecho de ser simplemente la madre de Anne y dejar atrás todo lo que ha conllevado su huida. Parece que va a perder su individualidad, pero eso no es posible para un personaje tan lleno de vida y con un pasado tan tormentoso. Pero de alguna forma, la autora logra enlazar ambas cuestiones al obligar a Kate a defender y poner en valor esa individualidad en pos de la felicidad de Anne. En cierto modo, se ve cierta simpleza por parte de Wharton a la hora de tratar los vínculos entre madre e hija. Kate y Anne, nada más verse después de 20 años, conectan genial, se quieren mucho y se llevan a las mil maravillas. Los matices y los reproches no llegan hasta que ambas se enfrentan a un conflicto real. Y también hay cierta simpleza cuando la autora trabaja las mil caras que puede tener el vínculo materno-filial en general. En cierto modo, Wharton no innova, se limita a perpetuar la idea de que una madre debe sacrificarlo todo en pos de su descendencia. Sin embargo, la innovación viene en que ese tratamiento tan superficial pronto se muestra un espejismo. Llegado el momento, la relación entre ambas no puede ser tan profunda, cualquier mínima corriente puede cambiar su curso. Y también, se pone el foco en que Kate es algo más que la simple madre que le gustaría ser. Es un personaje demasiado complejo para quedar encasillado en ese papel. Por muchas causas no puede ni sabe cómo hacerlo. Para mí, estos matices son algunos de los detalles que dan brillo y capas a “La Renuncia”. La impresión que me ha dejado esta lectura es que aquí podemos ver entrelazados lo mejor y lo peor de Edith Wharton como escritora. Es una novela que recuerda a algunos de sus mejores trabajos y que trata temas muy interesantes. Y en la que, sin ninguna duda, se puede ver las excelentes dotes de Wharton como escritora, comprobar lo maravilloso que resulta leerla por lo bien que maneja las palabras. Pero, tras un momento de despliegue, la autora es incapaz de mantenerse en lo que cuenta. La novela cae y no remonta, mínimamente, hasta su final del todo. En “La Edad de la Inocencia” se lograba que manteniéndose todo igual en su principio a fin, todo cambiase, que Newland Archer hiciera todo un viaje emocional aunque de cara a la galería su vida no cambiase. Aquí se busca esta misma sensación, con Kate estando en la primera y en la última escena de la obra en el mismo sitio, sin que aparentemente nada haya cambiado y todo se mantenga exactamente igual que al inicio, como si de los reflejos de un espejo se tratasen. Pero, al igual que Archer, se supone que Kate ha hecho toda una evolución emocional. Pero esa no se enfatiza hasta los últimos párrafos de la obra. de ahí, que aunque se logre percibir este cambio, el lector acabe, no pudiendo empatizar o ahondar en el mismo por estar llevado de una forma menos sútil e incisiva, por no lograr ponerse el foco en él plenamente. Y eso es lo que me ha fallado en esta obra. * Advertencia: muchos de los comentarios e ideas que he puesto en esta reseña están directamente sacados de lo que escribí hace un año sobre “La Edad de la Inocencia”. Como lo que hago es auto plagiarme a mi misma, no tengo la percepción de estar haciendo algo malo.Pero, por si acaso, me parece conveniente avisarlo. + Leer más |
Nacida en el seno de una rica familia de Nueva York, la popularidad y el respeto de sus pares, a ambos lados del Atlántico, no bastaron para que los académicos suecos tuvieran en cuenta a Edith Wharton (1862-1937) para otorgarle el Premio Nobel.
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