La verdad es que las novelas se te imponen, te devoran. Son como un tumor que se extiende dentro de ti, asume el control de tu ser y solo te curas entregándote a él. ¿Puede surgir la belleza de un texto que no proviene de nosotros?
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La verdad es que las novelas se te imponen, te devoran. Son como un tumor que se extiende dentro de ti, asume el control de tu ser y solo te curas entregándote a él. ¿Puede surgir la belleza de un texto que no proviene de nosotros?
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Si me limitara a un mutismo absoluto, cultivaría metáforas y vuelos poéticos como flores en invernaderos.
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Así he vivido siempre, yo también. En la oscilación entre la atracción del afuera y la seguridad del adentro, entre el afán de conocer, de darme a conocer, y la tentación de replegarme por completo hacia mi vida interior.
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La escritura es disciplina. Es renunciar a la felicidad, a las alegrías de la vida cotidiana. No intentar curarse ni consolarse, sino cultivar las propias penas. [...] Dejar que se abran las cicatrices, remover los recuerdos, avivar los momentos de vergüenza pasados y los viejos sollozos. Para escribir, debes negarte a los demás, negarles tu presencia, tu cariño, decepcionar a tus amigos y a tus hijos.
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La reclusión es para mí la condición necesaria para que aparezca la vida. Al apartarme de los ruidos cotidianos, al protegerme de ellos, parece que surgiera por fin otro mundo posible. Un "érase una vez". En este espacio cerrado, me evado, huyo de la comedia humana, me adentro en la profundidad de las cosas. No me cierro al mundo. Por el contrario, lo siento con más fuerza que nunca.
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A mí también me parece que mis personajes a veces huyen de mí, se van a vivir otra vida y regresarán cuando así lo decidan. Se muestran totalmente indiferentes a mi desamparo, a mis súplicas, indiferentes incluso al amor que les tengo. Se han ido y debo esperar a que regresen. Cuando están aquí, los días pasan sin sentir. Murmuro ideas, escribo lo más rápido que puedo, pues temo que mis manos no sigan el ritmo del hilo de mis pensamientos.
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Si quieres escribir una novela, la primera norma es saber decir no.
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“Lo que me importa de verdad no son las ciudades ni los paisajes. En realidad, mi interés siempre se centra en los seres humanos. Para mí el espíritu de Florencia no se halla ni en la Galería de los Uffizi ni en los Jardines de Boboli, sino en una visión, la de una mujer inglesa o un zapatero toscano en una callejuela cerca de la Via Tornabuoni”, escribe el novelista húngaro Sándor Márai en su Diario; y en eso coincido con él.
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Lo que no decimos nos pertenece para siempre. Escribir es jugar con el silencio, es confesar, de manera indirecta, unos secretos indecibles en la vida real. La literatura es el arte de la retención.
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Si me volviera ermitaña, vería cosas que la vida mundana impide ver, oiría ruidos que la cotidianidad y la voz de los demás acaban siempre cubriendo. Cuando se vive en el mundo, me parece que nuestros secretos se airean, nuestros tesoros interiores se debilitan, estropeamos algo que si lo hubiéramos mantenido en secreto habría sido materia de una novela. El exterior actúa sobre nuestros pensamientos al igual que el aire sobre los frescos que Fellini filmó en Roma y que se borran a la vez que reciben la luz. Como si el exceso de atención, de luminosidad, lejos de preservar, provocara la destrucción de nuestra noche interior.
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¿En que trabaja Kote?