El perfume de las flores de noche

Una noche en un museo que sirve de pretexto para una hermosa reflexión sobre la escritura, la condición de escritor, la mezcla cultural. Como siempre, a pesar de los diferentes estilos que definen los libros que he leído de Slimani, me ha seducido su escritura. En este caso específico, es su sinceridad y su sensibilidad que me han conmovido especialmente porque el tema de la expatriación y la mezcla cultural resuena particularmente en mí.

Pese a unas primeras reticencias, Leila Slimani acepta dormir en el Museo de Arte Contemporáneo de Venecia. En esa noche de insomnio sin más compañía que las obras de arte, Leila nos habla de su proceso creativo, de la soledad del escritor, de la inspiración, de su identidad, del arte, de la memoria, de sus raíces, de su doble nacionalidad entre oriente y occidente, de la belleza, del silencio, de su infancia, de su padre, del papel activo del espectador ante las obras de arte…

Paseándose entre pinturas y esculturas Leila —que quiere decir “noche” en árabe— nos ilumina su amor por la literatura y la escritura con sus recuerdos y reflexiones, con muchas referencias culturales y con ironía.

Me ha fascinado tanto escuchar su voz y sus confidencias que su lectura me ha desvelado y lo he leído sin interrupciones en la intimidad de una sola noche.

Si a Slimani le pareció un reto pasar una noche sola en el museo veneciano Punta della Dogana, el reto al que me enfrento al tener que concretar en estos escasos caracteres lo que he sentido al leer este texto me parece más intimidante. Mientras que ella buscaba encerrarse para dar a luz a sus palabras en el sosiego y la soledad, yo necesito abandonar los límites de la pantalla para lanzar mis palabras al aire, para que todos podáis escuchar lo fascinante que es leer a Slimani.

Ojalá tuviéramos la oportunidad de conocer a los escritores más allá de las historias de sus libros, porque el verdadero tesoro no se esconde en sus mentes, sino en el producto textual de sus corazones.

En este pequeño libro Leila nos cuenta muchísimo sobre ella, su identidad, la relación con su padre ya fallecido, los prejuicios que existen respecto al proceso de escritura.

Slimani no tiene miedo de abrir por completo la honestidad de sus palabras para que permitamos, como ella hizo esa noche en el museo, pasear por las diferentes salas de sus preocupaciones, de las motivaciones que le invitan a veces a escribir, a veces a esconderse; si es que no es lo mismo.

Este texto es un diálogo con todo aquello que Leila observa en esa noche de extraña libertad y encierro, pero también con todo aquello que Leila se ha encontrado a lo largo de su andadura como escritora, como mujer, como persona cuya identidad se aferra a dos abismos: su Rabat natal y París, el lugar desde el que ha podido construir todo aquello que soñó al otro lado.

Me veo incapaz de hacer justicia con mis palabras a un texto tan frágil pero tan fuerte, que sin duda que nos ayudará a comprender y paladear de un modo más intenso las páginas de los otros, que son las de sus personajes.

Ojalá esa noche hubiera tardado un poco más en acabar, porque el sutil aroma de este libro me acompañará, espero, todas y cada una de las noches en las que me sigo preguntando (irónicamente, como Leila) si merece la pena seguir escribiendo sobre los otros.
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Después de leer toda la narrativa, publicada hasta el momento, de Leila Slimani, tenía muchas ganas de descubrir su faceta ensayística. Una vez más, no me ha decepcionado si no todo lo contrario. Desde que la descubrí me ha ido sorprendiendo y conquistado a partes iguales. Y a día de hoy puedo afirmar que se ha ganado, con creces, un puesto entre mis autoras favoritas. Es por ello que estoy deseando que siga escribiendo y publicando.

«¿En qué lío me he vuelto a meter? ¿Por qué haber aceptado escribir este texto puesto que estoy convencidísima de que la escritura debe responder a una necesidad, una obsesión íntima, una urgencia interior?»
Con un poco de recelo, Leila acepta pasar una noche solitaria en el Museo Punta della Dogana, en Venecia, y este es el punto de partida del libro. Una noche en soledad, sin ningún tipo de distracción, mas allá de las obras de arte, da para mucho. Mientras explora el museo y pasea por sus pasillos reflexiona sobre su vida y sobre el proceso creativo de la escritura. Hay sitio para la añoranza, la inmigración y las diferentes culturas, su infancia en Marruecos y también para la literatura. El libro está plagado de referencias ya que también nos habla de otros autores, aquellos que la han marcado o influenciado de alguna manera.

Lo que más me gusta de la autora es que habla sin tapujos, sin trampas ni cartón. Expone la realidad tal y como es, con su parte buena y su parte mala, sin omitir ni maquillar la crudeza. Lo solitaria que es la vida del escritor o los problemas de inspiración. Lo que es sentirse en medio de dos culturas o lo doloroso que es que siempre te pregunten por tu origen dando por hecho que eres extranjera.

He llegado al punto final con la sensación de haber conocido personalmente a Leila, no como escritora si no como persona. Ha sido interesante y bonito a la vez, descubrir quién estaba tras esas novelas que tanto me gustaron, comprender mejor algunos de esos pasajes que tanto me marcaron. Ha sido una gran experiencia y la reafirmación de que leeré todo lo que se publique escrito por ella.
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La autora se encuentra en pleno bloqueo escritor y pasa la noche a solas en un museo para encontrar inspiración. En él plantea reflexiones sobre el proceso creativo, introspección, infancia y orígenes.

En el museo no pasa nada, no hay ningún hilo argumental a seguir, solo la escritora a solas con sus pensamientos. Mientras pasea entre las obras y observa, también recuerda su infancia e indaga en su identidad, habla sobre personas que admira y reflexiona sobre el arte.

Es complicado tratar de convencer a alguien de esta lectura con este argumento, pero su narración sencilla y elegante hace querer leer todo lo que haya escrito la autora.