—Shelley dijo que a la muerte poco le importa la justicia —me recordó Marina—. Quizá tenía razón. —Quizás —admití—. Pero a nosotros sí nos importa. |
—Shelley dijo que a la muerte poco le importa la justicia —me recordó Marina—. Quizá tenía razón. —Quizás —admití—. Pero a nosotros sí nos importa. |
El eco de televisores y radios se elevaba entre los cañones de pobreza, sin llegar jamás a rebasar los tejados. La voz del Raval nunca llega al cielo.
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—Mijail, ¿te acuerdas de aquel día, cuando me preguntaste cuál era la diferencia entre un médico y un mago? Pues bien, Mijail, no hay magia. Nuestro cuerpo empieza a destruirse desde que nace. Somos frágiles. Criaturas pasajeras. Cuanto queda de nosotros son nuestras acciones, el bien o el mal que hacemos a nuestros semejantes. ¿Comprendes lo que quiero decirte, Mijail?
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Sus palabras tardaron en calar. Sólo tenemos oídos para lo que queremos escuchar, y yo no quería oír eso.
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En aquellas semanas aprendí que se puede vivir de esperanza y poco más.
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Conservo sus consejos y sus palabras guardados bajo llave en el cofre de mi memoria, convencido de que algún día me servirán para responder a mis propios miedos y a mis propias dudas.
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En otras circunstancias le habría tomado por un cretino arrogante, pero algo en él me decía que todavía no había aprendido a aislarse del dolor de sus pacientes y que aquella actitud era su modo de sobrevivir.
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La noche que le conocí, Mijail me dijo que, por alguna razón, la vida suele brindarnos aquello que no buscamos en ella.
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Siempre había pensado que las viejas estaciones de ferrocarril eran uno de los pocos lugares mágicos que quedaban en el mundo.
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—De nada sirve toda la geografía, trigonometría y aritmética del mundo si no aprendes a pensar por ti mismo —se justificaba Marina—. Y en ningún colegio te enseñan eso. No está en el programa.
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¿Quién es autor del libro?