—Turner, ¿qué quieres? —A ti —dijo, en un susurro, porque casi no tenía fuerzas para decirlo. |
—Turner, ¿qué quieres? —A ti —dijo, en un susurro, porque casi no tenía fuerzas para decirlo. |
Su hermana tenía algo cautivador. Hasta Turner tenía que admitirlo. Sin embargo, Miranda era distinta. Ella observaba y sonreía, pero era como si tuviera un secreto, como si fuera anotando cosas en su cabeza sobre las personas que conocía. |
Aún así, lo había mirado. Lo seguía queriendo. Lo querría siempre. Era el hombre que le había hecho creer en sí misma. Turner no tenía ni idea de lo que le había hecho, de lo que había hecho por ella, y seguramente nunca lo sabría. Sin embargo, ella seguía deseándolo. Y seguramente siempre lo desearía.
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—¡Maldito seas! —estalló—. ¿Estás ciego? ¿Estás sordo, mudo y ciego? No es un encaprichamiento, ¡idiota! ¡Te quiero! «Dios mío.» —¡Siempre te he querido! Desde que te conocí hace nueve años. Te he querido desde entonces, cada minuto del día. |
—¿No te parece injusto —continuó con ferocidad, regresando a su diatriba y mirando a Turner—, que no pueda comprar en una librería sólo porque soy mujer? Él sonrió con despreocupación. —Miranda, hay algunos lugares a los que las mujeres no pueden ir. —No estoy pidiendo que me dejen entrar en uno de vuestros maravillosos clubes. Yo sólo quiero comprar un libro. No tiene nada de malo. (…) |
Todo era demasiado triste. Se había ido. El Turner que había conocido, el Turner que había adorado, había desaparecido. Lo había presentido, claro. Lo había presentido en sus visitas a casa. La primera vez, fueron los ojos. Lo siguiente, la boca y las líneas blancas de rabia que se le marcaban en la comisura de los labios. Lo había presentido, pero, hasta ahora, no se había permitido saberlo. |
¿Cuál es el título nobiliario de Anthony?