Los diarios secretos de Miranda de Julia Quinn
Todo era demasiado triste. Se había ido. El Turner que había conocido, el Turner que había adorado, había desaparecido. Lo había presentido, claro. Lo había presentido en sus visitas a casa. La primera vez, fueron los ojos. Lo siguiente, la boca y las líneas blancas de rabia que se le marcaban en la comisura de los labios. Lo había presentido, pero, hasta ahora, no se había permitido saberlo. |