Declaro la casa en estado de sitio... Aquí no entra una mosca. Ya verá si es tan fácil marear a una mujer cuando ella sabe lo que se hace
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Declaro la casa en estado de sitio... Aquí no entra una mosca. Ya verá si es tan fácil marear a una mujer cuando ella sabe lo que se hace
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Cierta heroína de novela, de las que yo leía siendo muchacha, en un caso así recuerdo que empezó a devanarse los sesos preguntándose a sí propia: «¿Le amo?». ¡Valiente tontería la de aquella simple! ¡Qué amor ni qué...! Caso de preguntar, yo me preguntaría: «¿Le conozco a este caballero?». Porque maldito si sé hasta ni cómo se llama de segundo apellido...
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¡Qué bascas, qué calentura, qué pesadillas, qué aturdimiento, qué jaqueca al despertar! Y sobre todo, ¡qué compromiso, qué lance, qué parchazo! ¡Qué lío tan espantoso!... ¡Qué resbalón! (ya es preciso convenir en ello)
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Yo me estaba muriendo por mimos, igual que una niña pequeña... ¡Quería que me tuviesen lástima!... Es sabido que a mucha gente le dan las turcas por el lado tierno. Ganas me venían de echarme a llorar, por el gusto de que me consolasen.
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¡Ay! Porque eso sí: tengo que rendirle justicia al grandísimo truhán, y una vez que me encuentro a solas con mi conciencia, reconocer que, animado, oportuno, bromista y (admitamos la terrible palabra) en juerga redonda conmigo, como se encontraba al fin y al cabo Pacheco, ni un dicho libre, ni una acción descompuesta o siquiera familiar llegó a permitirse.
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Yo, a todo esto, más divertida que en un sainete, y dispuesta a entenderme con las chuletas y el Champagne. Comprendía, sí, que mis pupilas destellaban lumbre y en mis mejillas se podía encender un fósforo; pero lejos de percibir el atolondramiento que suponía precursor de la embriaguez, sólo experimentaba una animación agradabilísima, con la lengua suelta, los sentidos excitados, el espíritu en volandas y gozoso el corazón
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El sol, si no podía ensañarse con nuestros cráneos, se filtraba por todas partes y nos envolvía en un baño abrasador. Por entre las esteras mal juntas del techo, al través de la lona, y sobre todo, por el abierto frente de la tienda, entraban a oleadas, a torrentes, no sólo la luz y el calor del astro, sino el ruido, el oleaje del humano mar, los gritos, las disputas, las canciones, las risotadas, los rasgueos y punteos de guitarra y vihuela, el infernal paso doble, el ¡Viva España! de los duros pianos mecánicos
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De poco le sirve a una mujer pasarse la vida muy sobre aviso, si se descuida una hora
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¡Qué hermoso y alegre estaba el puente de Toledo! Lo recuerdo como se recuerda una decoración del Teatro Real. Hervía la gente, y mirando hacia abajo, por la pradera y por todas las orillas del Manzanares, no se veían más que grupos, procesiones, corrillos, escenas animadísimas de esas que se pintan en las panderetas
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los ingleses que yo conozco son por lo regular unos montones de carne sanguínea, que al parecer se escapa sola a la parrilla del rosbif; tienen cada cogote y cada pescuezo como ruedas de remolacha; las bocas de ellos dan asco de puro coloradotas, y las frentes, de tan blancas, fastidian ya, porque eso de la frente pura está bueno para las señoritas, no para los hombres
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¿Cuáles fueron los nombres de las hermanas Brontë?