Al salir me deslumbró el sol: ya no estaba en el cenit ni mucho menos; pero era la hora en que sus rayos, aunque oblicuos, queman más: debían de ser las tres y medis o cuatro de la tarde, y el suelo se rajaba de calor.
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Al salir me deslumbró el sol: ya no estaba en el cenit ni mucho menos; pero era la hora en que sus rayos, aunque oblicuos, queman más: debían de ser las tres y medis o cuatro de la tarde, y el suelo se rajaba de calor.
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Tanto jabón llevan ustedes en las suelas del calzado como nosotros. Es una hipocresía detestable eso de acusarlas e infamarlas a ustedes con tal rigor por lo que en nosotros nada significa.
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A cada higiénica operación y a cada parte de su cuerpo que quedaba como una patena, Asís creía ver desaparecer la marca de las irregularidades del día anterior, y confundiendo involuntariamente lo físico y lo moral, al asearse, juzgaba regenerarse.
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Mareo,alcohol,insolacion...¡Pretextos,tonterías!...Lo que pasa es que me gusta,que me va gustando cada día un poco más,que me trastorna con su palabrería...y punto redondo...Cuando se va reflexiono y caigo en la cuenta;pero en viéndole...acabóse,me perdí!
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“El hombre siempre es más viejo porque nosotros vivimos, ¿te enteras? Y vosotras no.”
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Sobran personas maldicientes y deslenguadas que interpretan y traducen siniestramente las cosas más sencillas, y de poco sirve a la mujer pasarse la vida muy sobre aviso si se descuida una hora...
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Principios salvadores, eternos, mal llamados por el comandante clichés, que regís las horas normales, ¿por qué no resistís mejor el embate de este formidable torrente?
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Señor, ¿por qué no han de tener las mujeres derecho para encontrar guapos a los hombres que lo sean, y por qué ha de mirarse mal que lo manifiesten?[ ...] Si no lo decimos, lo pensamos, y no hay nada mas peligroso que lo reprimido y oculto, lo que se queda dentro.
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La infeliz de ustedes que resbala, si olfateamos el resbalón, nos arrojamos a ella como sabuesos, y, o se salva casándose con el seductor, o las matriculamos en el gremio de las mujeres galantes hasta la hora de la muerte. Ya puede, después de su falta, llevar la vida más ejemplar que la de una monja: la hemos fallado..., no nos la pega más.
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Aparte del sol que le derrite a uno la sesera y del polvo que se masca, bastan para marear tantos colorines vivos y metálicos. Si sigo mirando van a dolerme los ojos. Las naranjas apiñadas parecen de fuego; los dátiles relucen como granates obscuros; como pepitas de oro los garbanzos tostados y los cacahuetes: en los puestos de flores no se ven sino claveles amarillos, sangre de toro, o de un rosa tan encendido como las nubes a la puesta del sol: las emanaciones de toda esta clavelería no consiguen vencer el olor a aceite frito de los buñuelos, que se pega a la garganta y produce un cosquilleo inaguantable. Lo dicho, aquí no hay color que no sea desesperado: el uniforme de los militares, los mantones de las chulas, el azul del cielo, el amarillento de la tierra, los tiovivos con listas coloradas y los columpios dados de almagre con rayas de añil... Y luego la música, el rasgueo de las guitarras, el tecleo insufrible de los pianos mecánicos que nos aporrean los oídos con el paso doble de Cádiz, repitiendo desde treinta sitios de la romería: "¡Viva España!"
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¿Cuáles fueron los nombres de las hermanas Brontë?