Hamnet

Joan nunca está satisfecha y o descansa si los demás lo están. Lo único que la complace es hacer a los demás tan desgraciados como lo es ella. Le gusta que la acompañen en su insatisfacción perpetua. Por eso es mejor que ocultes lo que te hace feliz. Hazla creer que deseas lo contrario y todos tus deseos se cumplirán. Ya lo verás.

Agnes asiente. La golondrina la vuelta y regresa, como si tuviera algo importante que decirles... en el caso de que la entendieran. Se le ven las mejillas rojas al pasar, la cabeza de azul morado. En la superficie de un cubo de agua que hay al lado de reflejan las nubes que pasan, indiferentes, lentas.

Descubre que es posible llorar todo el día y hora la noche. Qué hay muchas formas distintas de llorar: lágrimas que se derraman de repente, gemidos hondos y desgarrados, el interminable goteo silencioso de agua de los ojos

No hay vuelta atrás. No sé puede deshacer lo que estaba previsto para ellos. El hijo de ha ido, el marido se va y ella se queda. Los cerdos tienen que comer cada día y el tiempo solo corre en una dirección.

¿Cómo iban a saber que Hamnet era el alquiler que las mantenía inusual, que son él se iban a derrumbar, a partirse en trocitos cómo una taza al estrellarse en el suelo?

Un gemido gemido agudo de nada, cómo la ausencia de sonido cuando calla la campana de la iglesia.

Hay mucho que hacer en una familia tan numerosa, mucho que atender, mucha gente que precisa cosas diferentes.

"De todas las personas que conocía, eras tú la que tenía más cosas escondidas dentro."

"𝑳𝒂 𝒔á𝒃𝒂𝒏𝒂 𝒔𝒆 𝒅𝒆𝒔𝒅𝒐𝒃𝒍𝒂, 𝒔𝒆 𝒂𝒃𝒓𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏𝒂 𝒇𝒍𝒐𝒓 𝒆𝒏𝒐𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒂𝒏𝒄𝒉𝒐𝒔 𝒑é𝒕𝒂𝒍𝒐𝒔 𝒚 𝑨𝒈𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒆 𝒆𝒏𝒇𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒂 𝒍𝒂 𝒔𝒐𝒓𝒑𝒓𝒆𝒏𝒅𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒆𝒙𝒕𝒆𝒏𝒔𝒊ó𝒏 𝒃𝒍𝒂𝒏𝒄𝒂, 𝒗𝒂𝒄í𝒂. 𝑬𝒔 𝒖𝒏𝒂 𝒃𝒍𝒂𝒏𝒄𝒖𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂, 𝒊𝒏𝒆𝒗𝒊𝒕𝒂𝒃𝒍𝒆, 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒂 𝒉𝒂𝒃𝒊𝒕𝒂𝒄𝒊ó𝒏"

Agnes lo busca. Claro que lo busca. Noche tras noche, semanas y meses después de su muerte. Lo espera. Pasa las noches en vela, con una manta sobre los hombros y un candil encendido al lado. Lo espera donde estaba antes la cama del niño. Se sienta en la silla de su padre, que está en el sitio exacto en el que murió. Sale al corral cubierto de escarcha, se pone al pie del ciruelo, ahora sin hojas, y dice en voz alta: Hamnet, Hamnet, ¿estás aquí?
Nada. Nadie.