La certeza de que él pretende acabar con su vida es como una presencia a su lado, como si un ave rapaz de negro plumaje se hubiera posado en el brazo de su silla.
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La certeza de que él pretende acabar con su vida es como una presencia a su lado, como si un ave rapaz de negro plumaje se hubiera posado en el brazo de su silla.
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...y se repite el consejo de Sofía a propósito de la noche de bodas: déjale hacer lo que quiera, no te niegues ni te pongas, respira profundamente y enseguida terminará. Le hubiera gustado contestarle que no, que su forma de ser no consistía en someterse y consentir.
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Guardará las palabras, las pondrá a salvo donde nadie pueda verlas ni leerlas.
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Pensar la palabra y dejar escapar un ruidito, como un gemido de perro, es todo uno. Apoya la cabeza en el yeso de la pared. Piensa: mi hija. Piensa: esos bultos. Piensa: no puede ser, no lo consiento, no lo permito.
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He aquí la razón del repentino viaje a un sitio tan agreste y solitario. La ha traìdo aquí, a este alcázar de piedra, para asesinarla.
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Se encuentra en el centro de toda esta actividad como un junco atrapado en la corriente de un arroyo.
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Se imagina vista desde fuera: una niña con los hombros encogidos, la cabeza gacha, con las manos suplicantes. Cualquiera vería en ella el vivo retrato de la compunción y el remordimiento, puro arrepentimiento por la ofensa cometida. Solo ella sabe que por dentro, justo debajo de la piel helada, lo que sucede es otra cosa: llamas vibrantes y consoladoras le lamen las entrañas, un fuego que arde, cruje y se consume despidiendo un humo que se infiltra hasta el último rincón de su ser, hasta la última uña, hasta la última pulgada de las piernas.
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No vio nada que pudiera ser el alma de Maria. Ni una brizna de brisa, ningún movimiento, ningún temblor luminoso. Solo la lluvia, que no cesaba: miles y miles de agujas plateadas que caían de arriba y salpicaban el alféizar de las ventanas de la habitación de los niños, el suelo y los cristales verdosos, las calles y las casas de toda la ciudad.
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El pájaro, el dibujo. Era lo único que miraba. Miró las delicadas patas escamadas que ya nunca volverían a posarse en una rama ni en la piedra del alféizar de una ventana; miró las diferentes capas superpuestas de las alas, alas que no volverían a abrirse para buscar una brisa que lo levantara, que ya no lo llevarían por encima de los tejados y de las calles.
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Ese aire le trae una sensación como si la trama y la urdimbre de una tela se separaran, y una parte de ella, la mejor tal vez, responde a la llamada del viento. Se suelta sola. Se levanta de la cama, deja los cuerpos allí, que hagan lo que quieran, y se va. Qué alivio poner distancia entre sí misma y esa cama. La parte de su ser que se va parece amorfa, como un borrón. [...] Es ella misma. Puede elegir su propio ritmo, puede aumentarlo, puede ralentizarlo. Puede galopar, correr por los jardines; puede saltar por encima de los setos y los caminos, su cuerpo es un rayón de color en la débil luz, las costillas, un recipiente para el desbocado corazón. Y cuando llega al bosque los árboles la acogen, todos los animales y los pájaros que viven en él mandan sus preguntas al cielo con graznidos y aullidos, y ella va a esperar con ellos, observando, a que lleguen los primeros rayos de sol, la fría luz de la mañana, que será reparadora y se compadecerá de la rica seda de su piel.
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¿Quién escribió "Las aventuras de Huckleberry Finn"?