El retrato de casada de Maggie O'Farrell
No vio nada que pudiera ser el alma de Maria. Ni una brizna de brisa, ningún movimiento, ningún temblor luminoso. Solo la lluvia, que no cesaba: miles y miles de agujas plateadas que caían de arriba y salpicaban el alféizar de las ventanas de la habitación de los niños, el suelo y los cristales verdosos, las calles y las casas de toda la ciudad.
|