El retrato de casada de Maggie O'Farrell
Ese aire le trae una sensación como si la trama y la urdimbre de una tela se separaran, y una parte de ella, la mejor tal vez, responde a la llamada del viento. Se suelta sola. Se levanta de la cama, deja los cuerpos allí, que hagan lo que quieran, y se va. Qué alivio poner distancia entre sí misma y esa cama. La parte de su ser que se va parece amorfa, como un borrón. [...] Es ella misma. Puede elegir su propio ritmo, puede aumentarlo, puede ralentizarlo. Puede galopar, correr por los jardines; puede saltar por encima de los setos y los caminos, su cuerpo es un rayón de color en la débil luz, las costillas, un recipiente para el desbocado corazón. Y cuando llega al bosque los árboles la acogen, todos los animales y los pájaros que viven en él mandan sus preguntas al cielo con graznidos y aullidos, y ella va a esperar con ellos, observando, a que lleguen los primeros rayos de sol, la fría luz de la mañana, que será reparadora y se compadecerá de la rica seda de su piel.
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