En tiempos difíciles, nadie quiere rumores que alarmen aún más al pueblo.
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En tiempos difíciles, nadie quiere rumores que alarmen aún más al pueblo.
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Pero ella no vuelve. Sale a la oscuridad de la noche. Un farol de gas ilumina el letrero del almacén de pirotecnia del señor Alexandre. Clara se dirige allí, atraida por ese cerco de luz. Todavía hay charcos en el suelo por las lluvias recientes, debe pisar con cuidado. No sabe donde ir, paseará por el centro, se meterá en un patio vacío para dormir un poco.
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Ni siquiera percibe que el trayecto ha finalizado. El palacio de Hortaleza, su hogar, la espera a dos pasos. El remanso de paz que siempre ha sido. En el jardín cotorrean las aves exóticas y pasea el pavo real su insolencia. El colibrí rojo hunde su pico en la flor. El cochero baja del pescante y abre la portezuela. Ana Castelar no se mueve. esta muerta.
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Ha aprendido a cargar su voz con sensualidad. La boca del gigante se entreabre y en su mirada se dibuja la tentación. Es sólo una fracción de segundo, un breve lapso en que valora yacer con ella, pero la ira vuelve a cerrar cualquier puerta. No sucumbirá al cuerpo de Lucía, aunque ella tampoco lo necesita. La ha bastado esta mínima distracción para alcanzar uno de los jarrones que hay junto a la cama y, rápido, estrellarlo contra la cabeza del monstruo. La porcelana estalla y, con el agua y las flores, el hombre cae al suelo. Podría intentar cruzar la puerta, pero sabe que eso sólo prolongaría la presecución. Tiene que acabar con él ahora, para siempre.
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El monje se ha arrancado la navaja del abdomen y ahora la usa contra los que siguen intentando invadir la capilla. Sabe que su resistencia no será eterna. Por eso, los religiosos que hay escondidos tras él huyen por la capilla del Cristo de los Dolores. Luego, en apenas dos pasos, el monje se venga de la cuchillada del líder. Revienta el cráneo del hombre, que todavía no había logrado incorporarse.
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Antes de llegar al lazareto del convento de Nuestra Señora de Valverde, casi en el pueblo de Fuencarral, Diego debe apartarse del camino; así lo exigen los soldados que escoltan un carro en que viajan ocho hombres, los contagiados por el cólera detectados por las patrullas vecinales que recorren Madrid cada noche. Uno de los enfermos grita desde dentro. -- ¡Nos llevan a matarnos! Todos miran hacia otro lado, nadie va a enfrentarse, nadie va a jugarse la vida ayudando a los apestados. |
Clara sonríe y mira al cielo desde la cueva. A las nubes que lo motean y hacia donde asciende el olor del guiso y el alma de Cándida para convertirse en ese pájaro de colores. Lucía sabe que ha conseguido que el dolor de Clara sea más llevadero, pero también es consciente de que, después de hoy, habrá un mañana. La muerte se convertirá en un dolor soportable, pero no así el hambre. Los quince reales que había conseguido se perderán en pagar un trocito de arena en el cementerio de San Nicolás, el más cercano a las Peñuelas. Y ¿de qué vivirán luego?
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En la vida es todo tan casual que de nada sirve hacer planes o pensar en lo que podría haber pasado.
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Echar la vista atrás para intentar reescribir el pasado es absurdo. El tiempo solo corre en una dirección.
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Uno no se da cuenta de las cosas que realmente se disfrutan hasta que las pierde.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?