Los principios morales son perfectos para una tertulia, pero no calientan cuando hace frío.
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Los principios morales son perfectos para una tertulia, pero no calientan cuando hace frío.
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Delfina la mira, valorando si decirle algo más o no, pero desiste. No será ella quien aconseje a esa joven marcharse, es un trabajo que hasta ha asumido para el futuro de su hija Juana. —Es mejor que ser criada y que te viole el señor, que ser lavandera y que te salgan sabañones, que ser pordiosera y todos te desprecien, o que ser la esposa de alguien que te da palizas y te llena de hijos. Hay vidas mucho peores que esta
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Pero ella no vuelve. Sale a la oscuridad de la noche. Un farol de gas ilumina el letrero del almacén de pirotecnia del señor Alexandre. Clara se dirige allí, atraida por ese cerco de luz. Todavía hay charcos en el suelo por las lluvias recientes, debe pisar con cuidado. No sabe donde ir, paseará por el centro, se meterá en un patio vacío para dormir un poco.
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La navaja albaceteña de Tomás Aguirre reluce en su mano derecha. Se acuerda de un compañero en el frente del norte que siempre le decía que las navajas piden sangre, que no se les debe dejar que vean la luz si no se piensan usar. Siempre ha honrado el consejo, y cuando la saca es porque pretende usarla.
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Madrid y este país serán un lugar mejor cuando nos demos cuenta de que la vida de un ropavejero o de una prostituta vale tanto como la del ministro de la Reina.
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Clara sonríe y mira al cielo desde la cueva. A las nubes que lo motean y hacia donde asciende el olor del guiso y el alma de Cándida para convertirse en ese pájaro de colores. Lucía sabe que ha conseguido que el dolor de Clara sea más llevadero, pero también es consciente de que, después de hoy, habrá un mañana. La muerte se convertirá en un dolor soportable, pero no así el hambre. Los quince reales que había conseguido se perderán en pagar un trocito de arena en el cementerio de San Nicolás, el más cercano a las Peñuelas. Y ¿de qué vivirán luego?
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Una moza grita desesperada desde un bancal. - ¡Es la cabeza! ¡Se la va a comer el perro! Diego sale corriendo. Entre las patas del perro escuálido, que chorrea empapado como un espantajo, está la cabeza de la niña. El chucho, muerto de hambre, desgaja la carne de la mejilla. Uno de los chavales lanza una piedra al animal y le acierta en el costado. El perro deja escapar un gemido de dolor y huye del aluvión de piedras que los niños siguen tirando. |
-Las opiniones femeninas son como nuestros deseos: algo de lo que no se habla, que es mejor dejar a oscuras en la alcoba.
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¿Adónde va el alma cuando sale del cuerpo?
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La importancia de una ciudad podría medirse por la cantidad de muertos que alberga.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?