Tú, yo y un tal vez

No terminó bien. Intentar que ahora funcione sería como golpear las piezas equivocadas de un puzle para obligarlas a encajar, solo conseguirías romper los bordes.

Cuando eres pequeño tus padres viven por ti, y cuando te haces adulto devuelves su esfuerzo viviendo por ellos. Te sacrificas si es necesario.

Entonces no me di cuenta, pero fue en ese mismo instante cuando dejé de medir mi vida en días y empecé a componerla de momentos. Dejé de imaginar que vivía y comencé a vivir de verdad. A decidir qué puertas abrir y cuáles cerrar. Sin saber que hay algunas puertas que una vez que cruzas ya no puedes volver atrás.

Porque en la vida siempre hay un momento en el que debes elegir entre morir por otros y vivir por ti.

A veces no se trata de perseguir un para siempre, sino de disfrutar el mientras dure y exprimir cada segundo sin pensar demasiado.

Dicen que lo peor de las mentiras no son las mentiras en
sí, sino las consecuencias que provocan. Los destrozos que
dejan a su paso. Las mentiras son como un coche sin frenos:
pierde el control y no tienes ni idea de dónde va a estrellarse
ni a quién arrollará en el camino. Si sobrevivirás al impacto.
Son como un proyectil: una vez lo disparas, no hay modo de
hacerlo retroceder.

Nuestros días están llenos de momentos decisivos que ocurren de forma inesperada. Pasan ante nosotros sin que nos demos cuenta hasta mucho después, si es que tenemos la suerte de hacerlo. Estamos tan convencidos de que son los grandes sucesos los que cambian nuestra vida que no nos fijamos en los que de verdad son relevantes.

Aún no entendía que gritar a alguien que no quiere oír es inútil.

Dicen que amar es el poder que le das a otra persona para destruirte. Amar es confiar en que no lo hará.

A veces no se trata de perseguir un para siempre, sino de disfrutar el mientras dure y exprimir cada segundo sin pensar demasiado.