A la caza de Jack El Destripador

Cuando miré mis manos supe que esa era una mentira horrible. Definitivamente nada iba bien, y esto no era una ecuación matemática; tenía las manos cubierta de sangre pegajosa. Me las limpié de manera frenética en mi corsé, pero no solucioné nada. a sangre manchaba mis dedos como una acusación.

Se suponía que los monstruos debían ser espeluznantes y horribles. No debían estar escondidos detrás de sonrisas amigables y de pelo bien peinado. Se suponía que la bondad, por más retorcido que pareciera, no debía estar encarcelada en un corazón helado y en un exterior ansioso.
La tristeza no debía esconer la culpa por los errores cometidos.

El miedo es una bestia hambrienta. Cuanto más la alimentas, más crece.

Aquellos que merecen respeto lo reciben libremente. Si uno debe exigir tal cosa, nunca lo tendrá.

Tío era una criatura de hábitos, y la impuntualidad no era tolerada. Por mucho que fuera mi cumpleaños. Personalmente, yo no creía que a los muertos les importara esperar cinco minutos para ser abiertos y explorados, pero no me atrevía a decir eso en voz alta.

¿Fingirá que soy tan capaz como un hombre? Por favor, señor, ¡no me dé tan poco valor!

¿Qué componente tiene el alma de un hombre que una mujer no posea? No tenía ni idea de que mi interior estaba hecho de algodón y gatitos y el tuyo repleto de piezas de acero funcionando a vapor.

La verdad nunca era fácil, en especial cuando revelaba que las personas más cercanas podían ser monstruos escondidos a plena vista.

La mayoria de las personas ignoran lo que está justo delante de sus ojos. Creen que ven, pero con frecuencia solo ven lo que quieren ver.

No se era fuerte solo en cuestiones físicas... una mente y voluntad poderosa también eran dignas de consideración.