El clavecín era mi mundo, mi refugio. Dentro de ese capullo, podía escuchar mis secretos en paz.
|
El clavecín era mi mundo, mi refugio. Dentro de ese capullo, podía escuchar mis secretos en paz.
|
Ayúdame a ser digna. Digna de elogios, de que me amen y me recuerden. Digna de atención cuando desnude mi corazón ante el clavecín. Digna de que mi música perdure cuando yo ya no esté. Digna de mi padre. Haz que me recuerden.
|
—A todos nos olvidan, mein Liebling —dijo suavemente—. Salvo a los reyes y las reinas. Y a los que tienen talento, añadí en silencio, mientras observaba los risos oscuros de mi hermano. Eso había dicho una vez mi padre: Solo los dignos llegan a ser inmortales. |
—Tengo miedo de que me olviden —respondí. La verdad afloró formada por completo, como si, de alguna manera, al nombrarla le hubiera dado poder.
|
Yo no era ningún milagro, no estaba destinada a destacar.
|
Todo mi corazón se llenó de anhelo por la música. Me incliné hacia la telaraña y dejé que me envolviera.
|
Cuando tocaba, era como si descubriera la armonía de todo lo que ya conocía, pero de un modo que solo se me revelaba a mí.
|
Allí, estaba sola. Ese era mi mundo. Empecé a tocar y mis dedos se afianzaron en la música. Una escala mayor, un cambio, un la extendido, otra escala, un trino. Cerré los ojos. En la oscuridad, a solas conmigo misma, busqué el pulso de la música y dejé que mis manos lo encontraran.
|
Todo se apagó, y solo quedé yo con mis manos y las teclas.
|
La música es el sonido de Dios, Nannerl, me decía. Si has recibido el talento, significa que Dios te ha elegido como embajadora de Su voz. Tu música será como si Dios te hubiera otorgado la vida eterna.
|
¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?