Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación.
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Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación.
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Cuando el diálogo es bueno, el lector se da cuenta. Cuando es malo, también, porque irrita al oído como un instrumento desafinado.
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Tiene preferencia la situación. Luego vienen los personajes, que al principio son planos, sin rasgos distintivos. Una vez que se han fijado ambos elementos en mi cerebro, empiezo a contar la historia. A menudo vislumbro el desenlace, pero nunca he exigido a ningún grupo de personajes que hagan las cosas a mi manera. A contrario: quiero que vayan a la suya. En algunos casos el desenlace es el que tenía previsto, pero en la mayoría surge como algo inesperado.
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Me fío mucho más de la intuición, gracias a que mis libros tienden a basarse en situaciones más que en historias. (…) Deseo poner a un grupo de personajes (…) en alguna clase de aprieto, y ver como intentan salir. Mi trabajo no consiste en ayudarlos a salir, ni en manipularlos para que queden a salvo (serían los trabajos que requieren el uso ruidoso del martillo neumático, o sea, la trama), sino observar qué sucede y transcribirlo.
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Escribe lo que quieras, infúndele vida y singularízalo vertiendo tu experiencia personal de la vida, la amistad, las relaciones humanas, el sexo y el trabajo. Sobre todo el trabajo. (…) Hay que recordar que no es lo mismo dar sermones sobre lo que se sabe que usarlo para enriquecer una narración. Lo segundo es bueno. Lo primero no.
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Llega el turno de la gran pregunta: ¿de qué escribirás? Y de una respuesta igual de grande: de lo que te dé la gana. Lo que sea… mientras cuentes la verdad.
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Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.
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… para sacar el máximo partido a la escritura hay que fabricarse una caja de herramientas, y luego muscularse para poder llevarla. Quizá entonces, en lugar de dejar una faena a medias, se pueda coger la herramienta indicada y poner manos a la obra de manera inmediata.
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Hay que escribir con la puerta cerrada y reescribir con la puerta abierta.
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Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya. Ser feliz. Una parte (quizá demasiado larga) de este libro ha tratado de cómo aprendí a escribir. Otra, la mayor, de qué se puede hacer para mejorar. El resto (y quizá lo mejor) es un permiso: tú puedes hacerlo, debes hacerlo y, si tienes la valentía de empezar, lo harás. Escribir es mágico; es, en la misma medida que cualquier otra arte de creación, el agua de la vida. El agua es gratis. Con que bebe. Bebe y sacia tu sed.
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¿De qué nacionalidad es Stephen King?