Nunca había sabido lo que era la belleza de una mujer; pero por instinto comprendía que era una cosa terrible.
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Nunca había sabido lo que era la belleza de una mujer; pero por instinto comprendía que era una cosa terrible.
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Aquel hombre que había pasado por todas las miserias; que aún estaba sangrando por las heridas que le había hecho el destino; que había sido casi malvado y que había llegado a ser casi santo; aquel hombre a quien la ley no había perdonado todavía y que podía en cualquier momento ser devuelto a la prisión, lo aceptaba todo, lo disculpaba todo, lo perdonaba todo, lo bendecía todo, tenía benevolencia para todo, y no pedía a la Providencia, a los hombres, a las leyes, a la sociedad, a la Naturaleza, al mundo, más que una cosa: ¡que Cosette siguiera amándolo! ¡Que Dios no le impidiese llegar al corazón de aquella niña y permanecer en él! Si Cosette lo amaba, se sentía sanado, tranquilo, en paz, recompensado, coronado. Si Cosette lo amaba era feliz; ya no pedía más.
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La juventud, cuando es suave, es para los viejos como un sol sin viento.
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Es doloroso, pero hay un momento en que la miseria separa hasta a los amigos.
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A menudo, cuando se intenta anudar un hilo, se anuda otro.
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Estar en prisión por un crimen no impide comenzar otro crimen
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Le quedaba una sola idea dulce: que Ella lo había amado; que su mirada se lo había dicho; que Ella no sabía su nombre, pero conocía su alma, y que tal vez en el lugar en que estaba lo amaba aún.
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No hay nada más peligroso que la interrupción del trabajo, porque es una costumbre que se pierde. Costumbre fácil de perder y difícil de volver a adquirir.
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Cuando la Restauración pensó que su hora había llegado, y se supuso vencedora de Napoleón, negó a la nación lo que la hacía nación y al ciudadano lo que lo hacía ciudadano.
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Cuando ambos son sinceros, no hay nada que se amalgame mejor que un viejo sacerdote y un viejo soldado.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?