Los Miserables de Victor Hugo
Aquel hombre que había pasado por todas las miserias; que aún estaba sangrando por las heridas que le había hecho el destino; que había sido casi malvado y que había llegado a ser casi santo; aquel hombre a quien la ley no había perdonado todavía y que podía en cualquier momento ser devuelto a la prisión, lo aceptaba todo, lo disculpaba todo, lo perdonaba todo, lo bendecía todo, tenía benevolencia para todo, y no pedía a la Providencia, a los hombres, a las leyes, a la sociedad, a la Naturaleza, al mundo, más que una cosa: ¡que Cosette siguiera amándolo! ¡Que Dios no le impidiese llegar al corazón de aquella niña y permanecer en él! Si Cosette lo amaba, se sentía sanado, tranquilo, en paz, recompensado, coronado. Si Cosette lo amaba era feliz; ya no pedía más.
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