Rara vez el hombre digno de ser amado coincide con la hora de amar
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Rara vez el hombre digno de ser amado coincide con la hora de amar
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Qué mujer, aun la más fanática, cree en las promesas y amenazas del Verbo con la misma fe que en sus hijos, ni cuál de ellas no daría toda su teología a cambio de la felicidad del hijo amado?
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¡Qué creación de la naturaleza tan lozana y virginal es esa lechera!», pensó Clare. Y le pareció entonces discernir algún rasgo familiar en ella, algo que lo transportaba a un pasado alegre y libre de preocupaciones, a un tiempo anterior a que la necesidad de reflexionar nublase su cielo. Llegó a la conclusión de que la había visto antes, aunque no sabía decir dónde. Había sido seguramente un encuentro casual en alguna de sus caminatas por el campo, y no sintió demasiada curiosidad por establecer cuándo. Aun así, esta circunstancia fue suficiente para que desde ese momento prefiriese a Tess entre las demás lecheras guapas cuando tenía ganas de contemplar a las mujeres que le rodeaban.
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Al pasar los minúsculos charcos, las estrellas allí reflejadas parpadeaban, presurosas. Ella no hubiera advertido que centelleaban sobre su cabeza de no haberlas visto reflejadas allí, las cosas más vastas del universo en objetos tan bajos.
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A veces, su caprichosa fantasía acentuaba los fenómenos físicos que la circundaban, hasta el punto de imaginarse que eran episodios de su misma historia. Y no era que lo creyera, sino que lo eran con toda realidad, pues este mundo es sólo un fenómeno psicológico y lo que eso parecía, lo era. Las brisas y ventoleras de la medianoche, gimiendo por entre las apretadas yemas y la corteza de las ramas invernales, eran voces de amargo reproche. Un día de lluvia era la expresión de un dolor sin consuelo ante su debilidad en el alma de algún vago ser ético al que ella no podía clasificar resueltamente como al Dios de su niñez, sin que pudiera explicarse tampoco quién sino Él pudiera ser.
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Yo no sé nada de fantasmas, pero lo que sí sé es que nuestras almas pueden abandonar los cuerpos en vida. [...] Ya lo creo. ¡Como que es muy fácil sentir cómo sale, el alma! —continuó Tess—. No hay más que tenderse por la noche en el campo y mirar fijamente a cualquier lucero, y si lo hace usted así un ratito notará que su alma está a cientos y cientos de miles de leguas de su cuerpo y le parecerá como si éste no le hiciera la menor falta.
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sus semejantes; hombres, en fin, todos ellos que iban por su senda individual hacia el camino de la polvorienta muerte.
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Era un servidor del fuego y el humo, mientras que aquellos ciudadanos de los campos lo eran de la vegetación, el tiempo, el sol y las heladas.
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Una suerte de halo luminoso, de resplandor de ocaso abrillantaba su vida entonces. Sus trabajos y molestias, todas sus desabridas realidades cobraban una como impalpabilidad metafísica, pasando a ser meros fenómenos mentales para una serena contemplación, dejando de ser opresiones torturadoras del cuerpo y el alma.
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Todos somos hijos de la tierra. [...] Ambos parecían implorar algo que los llevase lejos de la realidad terrible.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises