Alguna vez se ha comentado que es tan fácil pasar por alto algo grande y obvio como pasar por alto algo pequeño e insignificante, y que las cosas grandes que uno pasa por alto a menudo pueden causar problemas
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Alguna vez se ha comentado que es tan fácil pasar por alto algo grande y obvio como pasar por alto algo pequeño e insignificante, y que las cosas grandes que uno pasa por alto a menudo pueden causar problemas
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¿Puedo llegar allí a la luz de un candil?
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Alguna vez se ha comentado que es tan fácil pasar por alto algo grande y obvio como pasar por alto algo pequeño e insignificante, y que las cosas grandes que uno pasa por alto a menudo pueden causar problemas.
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Porque todo amante tiene corazón de loco y cabeza de juglar.
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Cada nueve años, la gente del otro lado de la colina levantaba sus tenderetes, y durante un día y una noche el prado acogía el Mercado de las Hadas, de modo que había, durante un día y una noche, comercio entre las naciones. Había maravillas a la venta, y prodigios, y milagros; se podían encontrar cosas jamás soñadas y objetos inimaginados. ¿Qué necesidad -se preguntó Dunstan- podría tener alguien de unas cáscaras de huevo rellenas de tormenta?
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En la constelación de Orión, una estrella relampagueó, chisporroteó y cayó. – Por un beso, y la promesa de tu mano – dijo Tristran grandilocuentemente –, te traería esa estrella fugaz. Tuvo un escalofrío, pues su chaqueta era muy fina, y además le resultó obvio que no iba a obtener su beso, cosa que hallaba desconcertante: los héroes viriles de los folletines y las novelas por entregas nunca tenían problemas a la hora de conseguir besos. – Muy bien, pues – dijo Victoria –. Si tú lo haces, yo lo haré. – ¿Qué? – dijo Tristran. – Si me traes esa estrella – dijo Victoria –, la que acaba de caer, no otra estrella cualquiera, entonces te besaré, y quién sabe qué más podría hacer. |
Cada nueve años, la gente del otro lado de la colina levantaba sus tenderetes, y durante un día y una noche el prado acogía el Mercado de las Hadas, de modo que había, durante un día y una noche, comercio entre las naciones. Había maravillas a la venta, y prodigios, y milagros; se podían encontrar cosas jamás soñadas y objetos inimaginados («¿qué necesidad —se preguntó Dunstan— podría tener alguien de unas cáscaras de huevo rellenas de tormenta?»).
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Los ojos azul celeste de ella le devolvieron la mirada, y en aquellos ojos fueron incapaz de discernir la posibilidad de volver a separarse jamas.
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—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Tristran. —No se me ocurre nada. Si supiéramos dónde está el camino verdadero..., ni tan sólo un bosque adusto puede destruir un camino verdadero. Sólo ocultárnoslo. |
—Disculpa —dijo una menuda y peluda voz a su oído—, pero ¿te importaría soñar un poco más bajo? Es que tus sueños se están derramando sobre los míos.
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Cuando su padre envió a Coraline a contar los objetos azules, las puertas y las ventanas, ¿Cuantas contó de cada una?