Stardust de Neil Gaiman
Cada nueve años, la gente del otro lado de la colina levantaba sus tenderetes, y durante un día y una noche el prado acogía el Mercado de las Hadas, de modo que había, durante un día y una noche, comercio entre las naciones. Había maravillas a la venta, y prodigios, y milagros; se podían encontrar cosas jamás soñadas y objetos inimaginados («¿qué necesidad —se preguntó Dunstan— podría tener alguien de unas cáscaras de huevo rellenas de tormenta?»).
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