Cuando pisé otra vez la calle y volví a ir a la escuela, sentí que el espacio también había cambiado. Parecía encadenado entre dos polos oscuros, por un extremo estaba la burbuja de aire subterráneo que presionaba desde las raíces de las casas, la siniestra caverna en la que había caído las muñecas; por el otro estaba el globo allá en lo alto, en el cuarto piso del edificio donde vivía don Achille, que nos las había robado.
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