No le conté nada de nosotros, porque no lo habría entendido. Y si no lo entendía, no habría sido la verdad. Es que la verdad sobre nosotros es incomprensible. En el fondo, ni yo mismo sé cuál es.
|
No le conté nada de nosotros, porque no lo habría entendido. Y si no lo entendía, no habría sido la verdad. Es que la verdad sobre nosotros es incomprensible. En el fondo, ni yo mismo sé cuál es.
|
Escríbeme cuando vayas a escribirme. No hace falta que estés en tu mejor etapa. Me conformo con la segunda mejor.
|
Me gustaría mucho estar ahí cuando me necesites. Me gustaría mucho hacer algo útil por ti. Me gustaría mucho saber qué piensas y qué sientes. Me gustaría mucho compartir tus pensamientos y tus sentimientos. Me gustaría mucho descargarte de la mitad de todo, por muy desagradable que sea.
|
Ya no se puede dar marcha atrás. Me odio a mí mismo por esto, pero sólo había dos posibilidades. O la retirada y el silencio de por vida. O la verdad. Demasiado tarde. Imperdonablemente tarde. Es imperdonable, lo sé.
|
Gracias por haberme dejado mirar dentro de tu armario emocional por una estrecha rendija. Lo que he podido ver me ha convencido de que eres tú el que escribe. Te he conocido. Te he reconocido.
|
(...) ella me quita lo que me queda de ti, los restos escritos, los vestigios de esperanza. Esperanza de…, de…, ni idea de qué, simplemente esperanza. Pero te lo aseguro: si la amas, aprenderé a quererla.
|
—¡Qué sorpresa! No pensé que después del «encuentro» harto digerido y un mes de silencio te animarías de nuevo a escribirme un mensaje. ¿A quién se lo escribes en realidad? ¿Y en quién piensas cuando piensas en mí (...)? ¿Piensas en tu «ideal» anónimo e incorpóreo de antes, en tu «símbolo supremo del amor», en tu «ilusión de lo perfecto»? ¿O piensas en la mujer tímida, de mirada velada, que viste en el café? (Si respondes dentro de las próximas cuatro semanas, daré un paso más y te preguntaré QUÉ piensas concretamente cuando piensas en alguna de nosotras dos). —Pienso en aquella Emmi que, con unas yemas tan delicadas que parece que fueran a escurrírsele de los dedos, cada medio minuto se aparta mechones imaginarios de los ojos y se los pasa detrás de la oreja, como si de esa manera quisiera quitarle el velo a su mirada, para ver por fin las cosas con la misma nitidez y claridad con que es capaz de describirlas desde hace tiempo. Y me pregunto una y mil veces si esa mujer será feliz en su vida. + Leer más |
Hasta ahora lo único que siempre te ha interesado respecto a lo «nuestro» es la importancia que tú podías tener para mí. En relación con eso mides la importancia que yo tengo para ti. Es decir: si tú me importas mucho, yo te importo algo; si tú me importas poco, yo no te importo nada. Claro, yo soy físicamente prescindible para ti, no tienes ninguna necesidad de encontrarte conmigo, y tu entusiasmo es limitado porque sólo lo haces por obligación. A ti no te importaba ni te importa quién soy o qué soy YO en realidad.
|
Pues el único final sensato para un entrañable no encuentro es el encuentro. No te exijo nada, no espero nada de ti. Tan sólo necesito verte, hablarte, olerte una sola vez en mi vida.
|
NUNCA ME HAS IMPORTUNADO. Lo sabes. Para eso tendría que importunarme yo mismo, pues tú eres parte de mí. Te llevo siempre conmigo, a través de todos los continentes y todos los estados emocionales, como ideal, como ilusión de lo perfecto, como símbolo supremo del amor.
|
¿Quién escribió la saga?