Dejémoslo por hoy. No puede ser más bonito. Y quizá sólo pueda seguir siendo así de bonito si por una noche guardamos silencio.
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Dejémoslo por hoy. No puede ser más bonito. Y quizá sólo pueda seguir siendo así de bonito si por una noche guardamos silencio.
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(...) esa mirada… ¡grábatela, por favor, por favor, por favor! Practícala antes de dormir, repítela al despertarte, ensáyala frente al espejo. No la derroches, no la desperdicies con otros, protégela de los asaltos y de la luz del sol, no la expongas a ningún peligro, ten cuidado de que no se te rompa al transportarla. Y cuando volvamos a vernos, ¡desenvuélvela! Pues esa mirada, querido mío, me alucina, me vuelve loca. Ya sólo por eso merece la pena haberme pasado dos años y medio esperando mensajes tuyos. Nadie me había mirado así jamás, (...)
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Pienso en ti cuando me place, siempre que me dé la gana y como me dé la gana. Nada me lo impide, nadie me detiene. ¿Sabes el alivio que es eso?
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Quienes dicen que no, no suele parecer que van a decir que no. De lo contrario ni siquiera se les pregunta.
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Hasta que por fin comprendí que no sólo le había contado los antecedentes de tu historia y la mía. Al mismo tiempo le había contado la historia de ella y la mía. Y se la había contado toda. Sólo nos restaba despedirnos.
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En realidad, al principio sólo quería pronunciar tu nombre y ver qué me pasaba.
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Cada mensaje personal, cada profundo pensamiento dirigido a ti debía justificarse y compensarse con un gesto de afecto hacia «ella». Así tranquilizaba mi conciencia.
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Otra vez, todavía: ¡TÚ! Mis armarios repletos de emociones cuidadosamente guardadas. Qué ingenuo fui al pensar que podían haber desaparecido por sí solos. Pronto me recordaste que no había final sin principio. Nos encontramos. Te vi. ¡TE VI! ¿Qué iba a decirte entonces? ¿Qué decir ahora?
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La vi y supe que debía enamorarme de ella. Ésa fue mi conclusión errónea, mi decisión equivocada: el «deber», el plan, la intención, mi esfuerzo perentorio. Me animaba el deseo de amarla. Vivía sólo para eso. Hice todo lo posible para amarla hasta el final. Salvo una cosa: nunca me cuestioné si la amaba.
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Quedamos en paz, fracasamos juntos, de un modo rotundo, elegante, perfecto, «sincronizado». Nos enseñamos nuestras decepciones, las amontonamos y las repartimos de manera equitativa. Cada uno tomó su mitad. Así fue como nos separamos.
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¿Quién escribió la saga?