Cada siete olas de Daniel Glattauer
—¡Qué sorpresa! No pensé que después del «encuentro» harto digerido y un mes de silencio te animarías de nuevo a escribirme un mensaje. ¿A quién se lo escribes en realidad? ¿Y en quién piensas cuando piensas en mí (...)? ¿Piensas en tu «ideal» anónimo e incorpóreo de antes, en tu «símbolo supremo del amor», en tu «ilusión de lo perfecto»? ¿O piensas en la mujer tímida, de mirada velada, que viste en el café? (Si respondes dentro de las próximas cuatro semanas, daré un paso más y te preguntaré QUÉ piensas concretamente cuando piensas en alguna de nosotras dos). —Pienso en aquella Emmi que, con unas yemas tan delicadas que parece que fueran a escurrírsele de los dedos, cada medio minuto se aparta mechones imaginarios de los ojos y se los pasa detrás de la oreja, como si de esa manera quisiera quitarle el velo a su mirada, para ver por fin las cosas con la misma nitidez y claridad con que es capaz de describirlas desde hace tiempo. Y me pregunto una y mil veces si esa mujer será feliz en su vida. |