La timidez no es más que una sensación de inferioridad. Si yo lograse convencerme de que mis maneras resultan perfectamente graciosas y desenvueltas, no sería tímido.
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La timidez no es más que una sensación de inferioridad. Si yo lograse convencerme de que mis maneras resultan perfectamente graciosas y desenvueltas, no sería tímido.
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En ciertos casos he dado muestras de total incomprensión respecto de algunas personas, teniendo a muchos por más alegres, más graves o más estúpidos de lo que realmente son; aunque no puedo precisar de qué circunstancia deriva el error. Unas veces nos guiamos en tales materias por lo que ellos mismos dicen, otras por lo que afirman los demás, el hecho es que no nos tomamos el trabajo de observar por nosotros mismos.
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La señora Jennings era una viuda con una renta considerable. Solo tenía dos hijas, y logró ver a las dos respetablemente casadas; ahora no le quedaba otra ocupación que procurar que se casase el resto del mundo.
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-No negaré que tengo de él la mejor impresión posible -dijo Elinor-, que lo estimo en gran manera, que lo encuentro un joven agradable. Marianne estalló de indignación. -¡Que lo estimas! ¡Que es de tu agrado! ¡Elinor, qué fría eres de corazón! Peor que fría. Te avergüenza sentir hondamente. |
Mira, madre, cuanto más conozco el mundo, más me convenzo de que nunca encontraré un hombre que realmente valga la pena de ser querido. ¡Exijo demasiado!
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No podría ser feliz con un hombre cuyos gustos e inteligencia no coincidiesen con los míos. Desearía que penetrase en todos mis sentimientos e intereses, habrían de fascinarnos los mismos libros, la misma música.
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[…] aunque parece admirar los dibujos de Elinor, no es la admiración de una persona que comprende su valor. Es evidente que, por más que parece encantado de verla dibujar, de hecho no entiende nada. Su admiración es la de un enamorado, no la de un hombre inteligente.
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Mientras la gente se deje arrastrar por su imaginación para formarse juicios errados sobre nuestra conducta y la califique basándose en meras apariencias, nuestra felicidad estará siempre, en una cierta medida, a merced del azar.
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Solo una ambición egoísta puede inducir a una mujer a mantener el compromiso con un hombre que da muestras inequívocas de poco entusiasmo.
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Mis aspiraciones son tan moderadas que están al alcance de todo el mundo. Yo deseo lo mismo que mucha gente: ser feliz; desde luego, una felicidad adaptada a mi propia manera de ser.
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Jane Austen (16 de diciembre de 1775-18 de julio de 1817) fue una novelista británica que vivió durante la