El cuento de la criada

La humanidad es muy adaptable, decía mi madre. Es realmente sorprendente la cantidad de cosas a las que puede acostumbrarse la gente siempre que exista alguna compensación.

Allí fuera, o dentro de mi cabeza, reina la misma oscuridad. O la luz.

Una rata que está dentro de un laberinto es libre de ir a cualquier sitio, siempre que permanezca dentro del laberinto.

El dolor deja una marca demasiado profunda como para que se vea, una marca que queda fuera del alcance de la vista y de la mente.

(...) el pasado es una gran tiniebla llena de resonancias. Desde ella pueden llegarnos algunas voces; pero lo que nos dicen está imbuido de la oscuridad de la matriz de la cual salen. Y, por mucho que lo intentemos, no siempre podemos descifrarlas e iluminarlas con la luz prístina de nuestro propio tiempo.

La humanidad es muy adaptable, decía mi madre. Es realmente sorprendente la cantidad de cosas a las que puede acostumbrarse la gente siempre que exista alguna compensación.

Me gustaría ser ignorante. Entonces no sabría lo ignorante que soy.

Todo lo que puedo hacer es una reconstrucción: el modo en que se siente el amor siempre es aproximado.

Estoy triste, la manera de hablar de ambos es infinitamente triste: una música que se desvanece, flores de papel que se marchitan, raso desgastado, el eco de un eco. Todo ha terminado, ya nada es posible. Repentinamente me echo a llorar.

El tiempo no ha quedado estancado. Me ha mojado, me ha erosionado, como si yo no fuera más que una mujer de arena abandonada por un niño descuidado cerca del agua. Para ella he quedado borrada. Ahora sólo soy una sombra lejana en el tiempo, detrás de la superficie lisa y brillante de esta fotografía. La sombra de una sombra, que es lo que terminan siendo las madres muertas. Se ve en sus ojos: no estoy allí.