Me enamoré de su furia y de lo viva que estaba.
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Me enamoré de su furia y de lo viva que estaba.
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...tan hermosa como solo ella puede ser, bondad y valentía goteando por sus grietas. La quiero. La quiero. La quiero. |
La acaricié. Podía leerla como si fuese braille y, si me quedase totalmente ciega, no me harían falta mapas para saber definir las líneas de su cuerpo.
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Pensaba en Momoko constantemente. El fuego de su mirada. El modo en el que se retiraba el pelo de los ojos para luego recordar que había dejado expuesta su ceguera. Su risa, que parecía fragmentarse como el cristal. El tacto de sus dedos sobre mi piel y el reflejo de la luna en sus manos cuando se agachaba para lanzar una botella al mar. Cómo me hacía sentir que estaba en casa incluso cuando me encontraba en un faro o en una playa o en un sótano en el que ocultaban a una baronesa.
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...creo que mamá, instintivamente, siempre lo supo. Hay ciertas cosas que no podemos ocultar, los sentimientos sobre todo, por más que pongamos empeño en ello.
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Supongo que lo primero que debes saber sobre las personas es que pueden crecer dentro de ti y cambiarte; lo segundo que aprendes es que llega un momento en el que dejan de ser solo personas. Es posible que alguien te importe tanto que, sencillamente, deje de ser solo humano.
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Me abrazó tan fuerte que pensé que el mundo se colapsaría. En aquel momento, con su cara tan cerca de la mía y sus brazos rodeando mi pecho, todas las estrellas podrían haberse caído del cielo y no me habría importado.
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Nos abrazamos. Ahuyentamos a nuestros propios miedos, relegándolos al espacio cada vez más pequeño entre nuestros cuerpos.
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Momoko rio. Ojalá tuviese una botellita especial para conservar aquella risa. |
A Momoko le parecía que, en la penumbra, su ojos ciego brillaba plateado y viscoso. A mí me parecía que el ojo ciego de Momoko recordaba mucho a las espléndidas kaika, las luces de los espíritus, o a las monedas que se ofrecen en el templo a cambio de un deseo.
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Manolito ...