El valle oscuro de María Andrea Tomé
Pensaba en Momoko constantemente. El fuego de su mirada. El modo en el que se retiraba el pelo de los ojos para luego recordar que había dejado expuesta su ceguera. Su risa, que parecía fragmentarse como el cristal. El tacto de sus dedos sobre mi piel y el reflejo de la luna en sus manos cuando se agachaba para lanzar una botella al mar. Cómo me hacía sentir que estaba en casa incluso cuando me encontraba en un faro o en una playa o en un sótano en el que ocultaban a una baronesa.
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